lunes, 28 de septiembre de 2009

Westerwelle, la nueva estrella


BERLIN (De una enviada especial).- Es abogado, colecciona arte moderno y juega al beach volley. Pero Guido Westerwelle sólo tiene una verdadera pasión: la política.
A los 47 años, el sólido líder del Partido Liberal Demócrata (FDP) cumplió ayer el primer gran sueño de su vida: obtuvo el 14,5% de los votos, lo que le permitirá formar una alianza de centroderecha con la democracia cristiana de Angela Merkel. Como manda la tradición, Westerwelle se transformará en vicecanciller de Alemania y ministro de Relaciones Exteriores. Durante los próximos cuatro años, Guido -como lo llaman sus compatriotas- se esforzará en aplicar el dogma ultraliberal que defiende desde que adhirió a su partido a los 19 años y que estampó en su lema de campaña: "Hay que volver a recompensar el trabajo".
Fiel a ese dogma, este nativo de Bonn, mal alumno, hijo de juristas divorciados y que recuerda su infancia como una época de profunda infelicidad, intentará reducir drásticamente los impuestos, liberalizar el mercado laboral, oponerse a medidas de neto corte ecologista y seguir siendo un aliado incondicional de Estados Unidos. "Ni de izquierda ni de derecha", afirma cuando le preguntan cuál es su ideología. Se declara "antes que nada enemigo del socialismo y de un exceso de Estado".

Westerwelle es un temible tribuno. Sus colegas en el Bundestag todavía recuerdan sus enfrentamientos verbales con su gran adversario, el ex ministro de Relaciones Exteriores verde Joschka Fischer. Aún hoy Merkel apela a todo tipo de subterfugio para no darle la palabra inmediatamente después de ella en el hemiciclo.
Su gran problema es su inconsistencia ideológica. Sus adversarios dicen que es capaz de cambiar de estilo y de posición de un minuto al otro, motivado por una necesidad profunda de caer bien. "Es alguien mucho más motivado por la carrera de político que por el contenido de la política" y, en otras palabras, "sin convicciones profundas", afirma su biógrafo Majid Sattar.
Ese afán por lograr la aceptación lo indujo a adoptar un tono frívolo que lo llevó a una dura derrota en las elecciones de 2002, en las que obtuvo apenas el 7 por ciento. Dispuesto a cambiar, en la campaña de 2005 decidió apostar por la transparencia y hacer público un secreto conocido por todos los alemanes, pero del cual nadie se atrevía a hablar: su homosexualidad. Merkel le dio la oportunidad.
En 2004, la presidenta de la CDU lo invitó a festejar sus 50 años en la sede del partido. Poco antes de la fiesta, Westerwelle la llamó para preguntarle si podía asistir con su compañero. Merkel aceptó con entusiasmo. Sobre todo porque, según confió a Sattar, tuvo inmediatamente la idea de ubicar a la pareja junto a su propio rival democristiano, Edmund Stoiber, ministro-presidente de Baviera y miembro de la ultraconservadora CSU. Al día siguiente, las fotos publicadas por la prensa indignaron a los electores bávaros católicos. Stoiber estaba furioso y Merkel sonreía con malicia. Westerwelle consiguió salir del closet con elegancia y así pudo pasar a otra cosa: esforzarse por convertirse en la nueva estrella de la política alemana. Ayer lo logró.
Fuente: La Nación

Alemania, hacia un gobierno de derecha

Luisa Corradini
Enviada especial

BERLIN.? Con el 33,8% de los votos, la canciller conservadora Angela Merkel obtuvo ayer una clara victoria en las elecciones legislativas alemanas que le permitirá formar un gobierno de coalición de centroderecha con el Partido Liberal Demócrata (FPD) de Guido Westerwelle, que obtuvo el 14,5 por ciento.

En los próximos cuatro años, la nueva coalición imprimirá al país un giro a la derecha, sobre todo en materia económica: ambos líderes son partidarios de desregular el mercado laboral para facilitar las contrataciones y despidos, reducir los impuestos por un total de 22.000 millones de dólares y potenciar la producción de energía nuclear.

Conforme a la alquimia de poder que existe en Alemania desde 1949, el líder del principal aliado, en este caso Westerwelle, será vicecanciller y ocupará la cartera de Relaciones Exteriores. Los rumores que circulaban intensamente en el majestuoso edificio donde tiene su sede la democracia cristiana indicaban que el aristócrata Karl-Theodor zu Guttenberg, de 37 años, considerado la gran esperanza del partido, conservará el Ministerio de Finanzas.

Los grandes derrotados ayer fueron los socialdemócratas (SPD), que obtuvieron apenas el 23% de los sufragios, su peor resultado desde la fundación de la Alemania moderna, en 1949. "Es un día amargo para el SPD", reconoció el líder partidario, Frank-Walter Steinmeier, al analizar las cifras que sellaron el final de la Gran Coalición democristiana-socialdemócrata que gobierna el país desde 2005.

En tanto, los Verdes obtuvieron el 10,2% y la Izquierda de Oskar Lafontaine confirmó su potencial al superar el 12%.

"Hemos logrado nuestro objetivo de obtener una mayoría estable y de poder formar gobierno con los liberales", proclamó la canciller, de 55 años, pocos minutos después de conocer los resultados de unas elecciones que registraron la participación más baja de la historia.

Dejó estallar su felicidad al afirmar: "Creo que esta noche podemos darnos el lujo de festejar". Hasta esa frase, aparentemente anodina, anticipó el espíritu de austeridad que caracterizará su próximo gobierno.

La euforia de la victoria no permitió ocultar la importante disminución del caudal electoral que sufrió la histórica alianza que forman la Democracia Cristiana (CDU) y su rama bávara de la Unión Social Cristiana (CSU). El 33,8% que permitió la reelección de Merkel representa el peor resultado de su partido en los 60 años de historia de la Alemania moderna. La CDU perdió 8,8% en relación con las últimas elecciones, hace cuatro años. La nueva coalición con los liberales, surgida de las urnas ayer, cuenta con el respaldo de apenas el 56% del electorado, cifra extremadamente baja comparada con el 69% que totalizó en 2005 laGrosse Koalition de la CDU con el SPD, o el 77% que reunió la alianza roja-verde (SPD-ecologista) formada en 2002 por Gerhard Schröder y Joschka Fischer.

Los principales beneficiarios de ese sorpresivo desplazamiento del electorado son los liberales, que ganan alrededor de cinco puntos con respecto a 2005. Die Linke (la Izquierda), por su parte, mejoró su caudal en cuatro puntos.

El líder liberal Guido Westerwelle, gran vencedor de la jornada, declaró que su partido está "preparado" para "asumir la responsabilidad" de gobernar. El dictamen de las urnas confirmó el retroceso de las grandes formaciones que dominaron la política de posguerra y el crecimiento de los pequeños partidos. Desde 1949, el poder en Alemania estuvo monopolizado por la democracia cristiana y la socialdemocracia y la presencia marginal de los liberales.

"Es el final de la época dominada por los partidos populares", sentenció el politicólogo alemán Peter Loesche, para quien el nuevo sistema de cinco partidos convirtió las elecciones en "una lotería".

A partir de 2002 aparecieron los Verdes, y desde 2005 la coalición de izquierda Die Linke introdujo un componente desconocido hasta ese momento en Alemania.

La consolidación de los pequeños partidos permite pensar que en el futuro el paisaje político alemán podría fragmentarse cada vez más, siguiendo una tendencia que registran otros países europeos.

Esa evolución es también una consecuencia del final de la polarización de la Guerra Fría, que subsistió hasta una década después de la caída del Muro de Berlín, en 1989.

La influencia de los electores de la ex Alemania del Este después de la reunificación oficialmente proclamada en 1990 explica en buena medida el crecimiento de Die Linke. La coalición que dirige Lafontaine reúne el ala izquierda y los sectores obreros de la socialdemocracia y los comunistas reciclados de la ex Alemania Oriental a imagen y semejanza de sus dos principales dirigentes. Lafontaine fue el primer ministro de Finanzas que tuvo Schröder cuando llegó al poder en 1998, pero renunció estrepitosamente seis meses después para protestar contra el giro a la derecha del gobierno socialdemócrata.

El nuevo partido la Izquierda triplicó su caudal en las últimas tres elecciones: pasó de 4,0% en 2002 a 12,2% en 2009.

El Partido Nacional Democrático (NDP), de ultraderecha, fracasó una vez más en reunir el mínimo de 5% que exige la ley electoral para obtener una representación parlamentaria.

En esta recomposición del tablero político alemán, la principal fuerza es el llamado "partido de los abstencionistas": la participación electoral tuvo un nuevo mínimo histórico: 72,5%.

La velada electoral concluyó a las 21. Una hora después, las calles de Berlín estaban vacías y el país se preparaba, como si nada hubiera pasado, a abrir una nueva página de su historia.

Fuente: La Nación

Una verdadera revolución interna


Por Luisa Corradini
BERLIN.- Alemania se prepara para emprender un fuerte giro a la derecha que tendrá profundas consecuencias en Europa y puede incluso convertirse en una pesadilla para Estados Unidos.

A pesar de su apariencia trivial, la llegada de los liberales al poder en un gobierno de coalición dirigido por la canciller democristiana Angela Merkel representa una verdadera revolución en el plano político interno, en materia económica e incluso a nivel internacional.

En el plano interno, la derrota socialdemócrata puso término a la alianza contra natura que gobernó la primera potencia económica de Europa entre 2005 y 2009. Al mismo tiempo, abrió el camino a una coalición ideológicamente más coherente entre la democracia cristiana y el Partido Liberal Demócrata (FDP) de Guido Westerwelle.

En la liturgia política germana, a las alianzas entre la democracia cristiana y los socialdemócratas se las denomina Grosse Koalition (gran coalición), mientras que a los gabinetes de la CDU con el FDP se los califica, casi peyorativamente, Kleine Koalition (pequeña coalición). Esta vez, sin embargo, el Gulliver que salió de las urnas puede dar pasos de gigante en un continente y en un mundo transformado por la crisis más grave que conoció el planeta desde la Gran Depresión de 1929.

Este cambio amenaza con introducir modificaciones revolucionarias en el tradicional modelo de concertación social surgido de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial. Ese modus vivendi garantizó la paz social y la doble reconstrucción que vivió el país en los últimos 60 años: el milagro económico de la posguerra y el alto precio que demandó la reunificación a partir de 1990.

Para evitar que los sacrificios penalizaran a un solo sector de la sociedad, el modelo de concertación exigía, tácitamente, un acuerdo tripartito entre gobierno, empresarios y sindicatos socialdemócratas. La llegada del impetuoso Westerwelle al poder puede provocar una reorientación económica radical sin pasar por la mesa de negociación.

Durante la campaña, Merkel se comprometió a resistir la aplicación de las medidas más ultraliberales del programa del FDP, como la reforma brutal del impuesto sobre los ingresos o una supresión del salario mínimo que existía en los principales sectores de la producción. Pero, como todo el mundo sabe, a las promesas de campaña se las lleva el viento.

Por razones tácticas, el cambio puede postergarse hasta mayo de 2010, fecha en que se debe renovar el parlamento de Renania-Westfalia. Pero después de ese momento es probable que la nueva coalición decida aplicar la promesa de bajar los impuestos a las ganancias de las empresas a tasas de 10 a 25%, contra 30% en la actualidad. Westerwelle también desea una reducción impositiva por un total de 22.000 millones de dólares que beneficiará en particular a la clase media. Como paladín de las pymes, está decidido a promover esas empresas que constituyen la espina dorsal de la economía alemana.

Desregulación

Otra medida crucial del programa liberal es la promesa de desregular el mercado laboral para facilitar las contrataciones y despidos.

Ahora que desaparecieron las reservas socialdemócratas, Angela Merkel y los liberales podrán prolongar a través del Parlamento la duración de vida de las centrales nucleares productoras de energía eléctrica a fin de reducir la dependencia del petróleo y facilitar un tránsito sin traumatismos hacia las nuevas energías renovables.

Ese reajuste político naturalmente significará poner el esfuerzo en las necesidades internas del país, un cambio capaz de aislarla de sus aliados europeos. El eventual repliegue de la primera potencia económica de Europa no es un acontecimiento insignificante porque puede incidir en la orientación general de la Unión Europea (UE). Este punto es tanto más importante que, como responsable de la diplomacia alemana, Westerwelle será el encargado de negociar con los otros 26 miembros de la UE.

Una primera contradicción interna, que afectará la política europea de Alemania, será la posición con respecto al ingreso de Turquía. Los liberales consideran que ese gigante no está "maduro" para ingresar en la UE. La candidatura turca cuenta con la simpatía de la democracia cristiana, pero no será fácil para Merkel vencer la oposición liberal.

Este es probablemente uno de los pocos puntos de política exterior en que los liberales no están de acuerdo con Estados Unidos. En otro aspecto crucial, la nueva alianza parece decidida a mantener la presencia de Alemania en Afganistán.

La Casa Blanca, en cambio, probablemente tenga grandes dolores de cabeza en materia económica, porque ni Merkel ni Westerwelle están demasiado decididos a apoyar los planes globales de reactivación que reclama el presidente Barack Obama. La canciller se resiste desde hace tiempo a lanzar nuevos programas de estímulo: "En lugar de dar consejos, sería más prudente que Estados Unidos se ocupara de sus déficits", declaró recientemente. Los liberales no hubieran dicho otra cosa.

Todo ese panorama parece indicar que Alemania entrará en una nueva fase de su historia gracias a esta coalición más coherente que la precedente en materia ideológica. El problema más grave que tendrá Merkel, si quiere seguir manteniendo su popularidad, es ver cómo controlar los ímpetus de su aliado Guido Westerwelle y sus ideas ultraliberales, muy difíciles de asumir en tiempos de crisis.

Fuente: La Nacion

Merkel, pragmatismo y sobriedad

BERLIN (DPA).- Con su triunfo en las elecciones de ayer en Alemania, la democristiana Angela Merkel se consolidó como "la mujer más poderosa del planeta".

La líder de la conservadora Unión Demócrata Cristiana (CDU) logró la mayoría necesaria para deshacerse de su principal rival y socio en el gobierno de coalición, el Partido Social Demócrata (SPD), y cerrar la tan ansiada alianza con el Partido Liberal Demócrata (FDP), de Guido Westerwelle.

Cuatro años después de ser elegida jefa de gobierno, la "niña", como la llamaba su padrino político, el ex canciller Helmut Kohl, conseguirá presidir ese gobierno de centroderecha revestida de un gran prestigio, sobre todo en el extranjero.

Cuando fue nombrada canciller, en noviembre de 2005, Merkel se convirtió en la primera mujer en dirigir Alemania y en la primera jefa de gobierno procedente de la extinta República Democrática Alemana (RDA). Desde aquel momento, la prestigiosa revista Forbes la eligió cuatro años consecutivos como "la mujer más poderosa del planeta".

Caracterizada por una enorme racionalidad, constancia y pragmatismo, durante la campaña electoral la canciller se presentó como el elemento de estabilidad que necesita la primera potencia europea en medio de la crisis mundial.

En los últimos cuatro años, Merkel, doctora en física, mostró al mundo un rostro reconvertido. Después de ganarse el respeto mundial al presidir el G-8 hace dos años y de dirigir con habilidad la lucha contra la crisis, pasó de ser una mujer tímida a una figura de primer nivel, poderosa, segura de sí misma y fiel a sus ideas.

Muchos alemanes apreciaron su pragmatismo y su simplicidad. Sin embargo, sus convicciones siguen siendo un misterio para ellos. "Es una persona muy cerrada que aprendió bajo el régimen de la RDA a no expresar nunca lo que piensa", dice su biógrafo, Gerd Langguth. "Es una esfinge, pero ahora le gustaría parecer más humana", agrega.

Nacida en Hamburgo, hija de un pastor protestante y una maestra, Merkel, de 55 años, entró en política con la reunificación del país en 1990. Diez años después se convirtió en la primera mujer al frente de la CDU, un partido de tradición católica dominado por hombres.

Tras el fuerte impacto de la crisis, Merkel lanzó en tiempo récord dos paquetes de estímulo económico por más de 100.000 millones de dólares, desplegó un plan de rescate de bancos y empresas y reactivó la importante industria automotriz mediante ayuda para la compra de automóviles.

Aunque para Merkel fue "una de las decisiones más difíciles" de su carrera, por ser su partido radicalmente contrario a esas medidas, no dudó en nacionalizar parcialmente algunas entidades bancarias para salvarlas de la crisis.

Su reto en la próxima legislatura seguirá siendo el mismo: sacar el país lo antes posible de la crisis y salir de ella fortalecida, pero con un socio diferente, con el que está convencida de poder llegar antes al ansiado "crecimiento sostenible".

Fuente: La Nación