11 de marzo de 2008
Pero el de las encuestas no es el único rubro del informe que no resiste un análisis más prolijo. La asignación para "actos y eventos", por ejemplo, de $ 326.000, también suena irrisoria porque las manifestaciones y concentraciones ya no se hacen, como antes, con militantes que asistían voluntariamente para escuchar a sus candidatos y alentarlos en la competencia electoral. Ahora se trata de "asistentes profesionales", a los que hay que transportar, entretener, brindar facilidades sanitarias e incluso pagarles un "honorario". Lo mitines modernos son obras maestras del marketing. En España, donde el recurso está más avanzado, se enlatan y se despachan para su televisación. Es así porque los candidatos ya no se dirigen sólo a los miles de personas que asisten personalmente, sino principalmente a los millones que reciben la transmisión televisiva. Hay pocos recursos, si los hay, de los empleados en las campañas que no terminen de una forma u otra en el receptor hogareño. Las campañas son cada vez menos transparentes.
Los informes económicos de los gastos generados durante las campañas, suministrados por los propios responsables, suelen ser tan poco creíbles como los que últimamente difunde el tan cuestionado Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) acerca del costo de productos y servicios.
Las campañas modernas son como un iceberg que muestra menos de lo que oculta; lo que queda bajo el agua suele ser por lo menos igual a lo que sobresale, más aún en esta época en que los medios convencionales son apoyados por otros como el telemarketing, las manifestaciones y la participación en programas (PNT), por citar sólo a los legales. Pérdida de credibilidad Las acciones proselitistas están reguladas, en casi todos los países, por normas y reglas.
Aquí se fija principalmente el tiempo de duración de las campañas, cuándo deben empezar y cómo deben financiarse. Pero las regulaciones dejan tantos agujeros que los candidatos se cuelan fácilmente por ellos. La cuenta regresiva de las campañas suele comenzar entre nosotros con la aparición de los primeros anuncios en televisión; los otros recursos, la parte de abajo del iceberg , asoman mucho antes e impunemente.
En la Argentina, las campañas suelen despegar ocho o nueve meses antes, con acciones aisladas en los lugares de veraneo, porque, por el turismo de gente del interior, son como fugaces microcosmos del mercado nacional. Las fuentes de financiación suelen ser ocultadas o disimuladas.
El escándalo de la valija incautada en el aeroparque Jorge Newbery con los US$ 800.000 llegados de Venezuela es una de las últimas pruebas de la manipulación financiera de las campañas. En suma, las campañas que transgreden las reglas, con menor preocupación por informar que por agredir al adversario político, sin debates serios y en el fondo cada vez más propagandísticas, están perdiendo credibilidad y convirtiendo lo que debe ser una fiesta de la democracia en un espectáculo costoso, penoso y estéril.
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