MIAMI.- Algo muy extraño sucede cuando un miembro de una minoría con una historia de esclavitud y discriminación tiene que explicarle a la mayoría que no alberga sentimientos racistas. Esto ocurrió el martes último, cuando el precandidato demócrata, Barack Obama, debió salir a aclarar su posición frente a la cuestión racial en los Estados Unidos, en vista de una serie de incendiarias declaraciones de su ex pastor, el reverendo Jeremiah Wright, de la Trinity United Church of Christ. A través de los años, en sus sermones, el reverendo Wright ha dicho algunas cosas particularmente terribles acerca de los Estados Unidos, su política y el comportamiento de la mayoría blanca. En 2001, tras el atentado del 11 de Septiembre, acusó a los Estados Unidos de haber instigado los ataques de Al-Qaeda con su propio terrorismo. "Bombardeamos Hiroshima, bombardeamos Nagasaki, disparamos una lluvia nuclear sobre muchos más que los miles que murieron en Nueva York y en el Pentágono y lo hicimos sin pestañar", fustigó el reverendo. En otro sermón, dos años más tarde, describió así su sentimiento hacia los Estados Unidos y su relación con la minoría negra: "El gobierno les da drogas, construye prisiones cada vez más grandes, pasa una ley como la del «tercer delito es la vencida» y luego quiere que cantemos «Dios salve a Estados Unidos».
No, no, no. «Dios maldiga a Estados Unidos», eso está en la Biblia por matar a inocentes. Dios maldiga a Estados Unidos por tratar a nuestros ciudadanos como si fueran menos que humanos. Dios maldiga a Estados Unidos mientras actúe como si fuera Dios, como si fuera supremo". El reverendo Wright, quien el año pasado anunció su retiro, ha sido una figura muy influyente en la vida de Obama. Como el propio Obama lo reconoce, fue el hombre que lo introdujo en la fe cristiana, el que lo casó, bautizó a sus hijos y le dio un sentido de la moral. El martes, en Filadelfia, Obama no ahorró epítetos para repudiar los dichos del reverendo Wright, pero con gran dignidad, distanció al hombre del contenido de sus sermones. La asociación entre Obama, su pastor y la posible influencia de la visión del segundo sobre el primero, tuvieron la virtud de llevar a la superficie un interrogante que de manera subterránea venía acuciando a muchos norteamericanos. ¿Hasta qué punto Barack Obama representaba una postura racialmente divisiva que, como la del reverendo Wright, veía el racismo blanco como endémico y, en consecuencia, consideraba su posible llegada a la Casa Blanca como una revancha? O, dicho de otra manera: ¿hasta qué punto es Barack Obama un racista? La maquinaria de denigración de los opositores no ha ahorrado esfuerzos en tratar de inducir esta conclusión. Desde fotografías donde se lo veía vestido con un atuendo musulmán y otras donde parecía proteger sus testículos durante la ejecución del himno nacional, hasta los sermones del reverendo Wright convenientemente difundidos por YouTube, la campaña ha buscado implantar la duda sobre su lealtad a los Estados Unidos. "¿Acaso se puede separar a la persona de lo que predica?", se preguntaron muchos, tras el discurso de Obama, cuando defendió su relación y su amistad con el reverendo Wright, comparando los prejuicios del pastor con los de su propia abuela blanca, que confesaba sentir temor ante la presencia de un negro. Los sermones del reverendo Wright pueden resultar repugnantes para muchos (incluyendo a este columnista), pero no son racistas. El racismo es una ideología que exalta la superioridad de una raza frente a las demás, no un sentimiento que ventila, aún de la manera más virulenta y reprensible, la rabia y el resentimiento frente a la injusticia y la discriminación. Obama lo explicó de manera elocuente y reveladora en su discurso, cuando sostuvo que el error del reverendo Wright no fue haber hablado de racismo, sino referirse a la sociedad norteamericana como si fuese estática, como si estuviera "irrevocablemente atada a su trágico pasado". El racismo existe y existirá en los Estados Unidos (y en el resto del mundo) porque como todos los extremismos irracionales, posibilita explicar con gran simpleza la frustración y el fracaso a aquellos que piensan que su mera biología los amerita a más. Pero no es la persistencia del prejuicio racial lo que caracteriza a la sociedad norteamericana, sino, por el contrario, su desintegración. Hasta la aprobación de Acta Nacional de Derecho al Voto, en 1965, los negros, en el sur de los Estados Unidos, tenían, de hecho, prohibido votar. Hoy, una mujer negra conduce la política exterior y mañana, tal vez, un negro ocupe la Casa Blanca.
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