MIAMI.- La infidelidad marital, cuyos orígenes pueden rastrearse, seguramente, hasta el hombre de Neandertal, sigue fascinando a los norteamericanos con una intensidad sólo comparable a la que despierta la teoría de Darwin sobre la evolución de las especies.
Y esto, a pesar de que, como señala Maggie Scarf, autora de Compañeros íntimos- Conductas en el amor y en el matrimonio , "la mayoría de los expertos coincide que, al presente, entre el 50 y el 65 por ciento de los hombres y entre el 45 y el 55 por ciento de las mujeres [en los Estados Unidos] tiene una relación extramarital antes de los 40 años".
Entre los diversos sectores dados a esta práctica furtiva, el que es objeto de mayor interés mediático es, sin duda, el de los políticos, tal vez porque su inclinación a hacer proclamas de honestidad moral y lealtad familiar es más frecuente.
Se trata de un sector particularmente nutrido, ya sea porque disponen del tiempo, de la oportunidad o de ambos. Como bien dijo el congresista demócrata John Conyers, durante una de las acaloradas discusiones por el escándalo Clinton-Lewinsky, "si todos los miembros del Congreso que han tenido problemas de este tipo debieran abstenerse de debatir este asunto, sería muy difícil lograr quórum en el Congreso".
No pasa un mes sin que algún político no sea sorprendido en una situación comprometida y no necesariamente con una persona del sexo opuesto.
No importa cuánto se haya avanzado en la invención tecnológica, en lo que hace a la ciencia del adulterio, la mentira sigue teniendo patas cortas. La última víctima de estas trapisondas es el ex senador, ex candidato a la vicepresidencia y ex aspirante presidencial John Edwards.
Es importante destacar la palabra "ex" que precede a sus funciones y postulaciones públicas, puesto que Edwards es hoy un ciudadano cualquiera y debería gozar del derecho a practicar los pecadillos que le plazcan sin intromisión de la prensa. Pero la celebridad, está visto, tiene vida propia.
Al mismo tiempo, la torpeza descomunal con que Edwards ha manejado este episodio demuestra que la experiencia y la picardía que se adquieren en los tribunales o en la arena política carecen de toda aplicación en el escarpado terreno de la infidelidad conyugal.
La fotografía del otrora senador y candidato presidencial Gary Hart, con la modelo Donna Rice sentada en sus rodillas, a bordo del yate Monkey Business en 1984, que terminó con su carrera política, debería servir de emblema a los integrantes de este extraordinario club de políticos desgraciados.
Y esto, a pesar de que, como señala Maggie Scarf, autora de Compañeros íntimos- Conductas en el amor y en el matrimonio , "la mayoría de los expertos coincide que, al presente, entre el 50 y el 65 por ciento de los hombres y entre el 45 y el 55 por ciento de las mujeres [en los Estados Unidos] tiene una relación extramarital antes de los 40 años".
Entre los diversos sectores dados a esta práctica furtiva, el que es objeto de mayor interés mediático es, sin duda, el de los políticos, tal vez porque su inclinación a hacer proclamas de honestidad moral y lealtad familiar es más frecuente.
Se trata de un sector particularmente nutrido, ya sea porque disponen del tiempo, de la oportunidad o de ambos. Como bien dijo el congresista demócrata John Conyers, durante una de las acaloradas discusiones por el escándalo Clinton-Lewinsky, "si todos los miembros del Congreso que han tenido problemas de este tipo debieran abstenerse de debatir este asunto, sería muy difícil lograr quórum en el Congreso".
No pasa un mes sin que algún político no sea sorprendido en una situación comprometida y no necesariamente con una persona del sexo opuesto.
No importa cuánto se haya avanzado en la invención tecnológica, en lo que hace a la ciencia del adulterio, la mentira sigue teniendo patas cortas. La última víctima de estas trapisondas es el ex senador, ex candidato a la vicepresidencia y ex aspirante presidencial John Edwards.
Es importante destacar la palabra "ex" que precede a sus funciones y postulaciones públicas, puesto que Edwards es hoy un ciudadano cualquiera y debería gozar del derecho a practicar los pecadillos que le plazcan sin intromisión de la prensa. Pero la celebridad, está visto, tiene vida propia.
Al mismo tiempo, la torpeza descomunal con que Edwards ha manejado este episodio demuestra que la experiencia y la picardía que se adquieren en los tribunales o en la arena política carecen de toda aplicación en el escarpado terreno de la infidelidad conyugal.
La fotografía del otrora senador y candidato presidencial Gary Hart, con la modelo Donna Rice sentada en sus rodillas, a bordo del yate Monkey Business en 1984, que terminó con su carrera política, debería servir de emblema a los integrantes de este extraordinario club de políticos desgraciados.
Elliot Spitzer
Aún peor
Lo de Edwards es aún peor que el reciente escándalo del ex gobernador de Nueva York Elliott Spitzer, identificado como uno de los usuarios de una red de prostitución que involucra a una esposa enferma de cáncer, quien pese a su condición decidió salir a hacer campaña para su marido; la sospecha de paternidad pese a los desmentidos, y unos generosos pagos para tapar todo el asunto. En pocas palabras, un desastre.
Con cada día que pasa, el entramado de la fábula armada por Edwards para explicar su relación con la actriz y ocasional cineasta Rielle Hunter se torna más insostenible, a tal punto que muy poca relación con la realidad queda de la entrevista original que Edwards otorgó a Brian Woodruff, de la cadena ABC, para hacer su mea culpa.
Lo que ahora aparece como más veraz es que el vínculo ha sido más extenso de lo que Edwards afirma y que la niña nacida en febrero de 2008, con el nombre de Frances Quinn Hunter, es suya.
También que los testimonios de lo contrario, incluidos los de la propia Rielle y el de Andrew Young, quien afirmó ser el padre de la criatura, son falsos y fueron comprados con dinero provisto por amigos de John Edwards.
Ni siquiera en la categoría de los políticos que han producido hijos extramaritales es Edwards una excepción. Algunos prominentes presidentes del gran país del Norte han hecho también de las suyas, como dio cuenta Nigel Cawthorne en su libro La vida sexual de los presidentes .
Lo de Edwards es aún peor que el reciente escándalo del ex gobernador de Nueva York Elliott Spitzer, identificado como uno de los usuarios de una red de prostitución que involucra a una esposa enferma de cáncer, quien pese a su condición decidió salir a hacer campaña para su marido; la sospecha de paternidad pese a los desmentidos, y unos generosos pagos para tapar todo el asunto. En pocas palabras, un desastre.
Con cada día que pasa, el entramado de la fábula armada por Edwards para explicar su relación con la actriz y ocasional cineasta Rielle Hunter se torna más insostenible, a tal punto que muy poca relación con la realidad queda de la entrevista original que Edwards otorgó a Brian Woodruff, de la cadena ABC, para hacer su mea culpa.
Lo que ahora aparece como más veraz es que el vínculo ha sido más extenso de lo que Edwards afirma y que la niña nacida en febrero de 2008, con el nombre de Frances Quinn Hunter, es suya.
También que los testimonios de lo contrario, incluidos los de la propia Rielle y el de Andrew Young, quien afirmó ser el padre de la criatura, son falsos y fueron comprados con dinero provisto por amigos de John Edwards.
Ni siquiera en la categoría de los políticos que han producido hijos extramaritales es Edwards una excepción. Algunos prominentes presidentes del gran país del Norte han hecho también de las suyas, como dio cuenta Nigel Cawthorne en su libro La vida sexual de los presidentes .
Thomas Jefferson
Thomas Jefferson tuvo hijos con una esclava; Grover Cleveland admitió durante su campaña haber tenido un hijo ilegítimo y Lyndon B. Johnson tuvo un hijo con su amante Madeleine Brown. Cuestión de transparencia
Todo el mundo admite que lo que pasa en el dormitorio de la gente adulta no es asunto de nadie y que es una barbaridad que la prensa se entrometa en la vida privada de los políticos, y todo el mundo consume estas revelaciones como si se tratase de chocolate.
Tal vez la solución para evitar esta pérdida de papel impreso y de horas de emisión y la humillación de las esposas (generalmente se trata de ellas) que deben salir a dar la cara en defensa de sus penitentes maridos, sería que los políticos tuvieran la obligación de declarar sus amantes de la misma manera que hacen su declaración de impuestos, antes de ocupar un cargo público.
Sería un acto de glasnost , de transparencia, tan necesario en estos tiempos tan opacos.
Todo el mundo admite que lo que pasa en el dormitorio de la gente adulta no es asunto de nadie y que es una barbaridad que la prensa se entrometa en la vida privada de los políticos, y todo el mundo consume estas revelaciones como si se tratase de chocolate.
Tal vez la solución para evitar esta pérdida de papel impreso y de horas de emisión y la humillación de las esposas (generalmente se trata de ellas) que deben salir a dar la cara en defensa de sus penitentes maridos, sería que los políticos tuvieran la obligación de declarar sus amantes de la misma manera que hacen su declaración de impuestos, antes de ocupar un cargo público.
Sería un acto de glasnost , de transparencia, tan necesario en estos tiempos tan opacos.
Fuente: Mario Diament (La Nación)
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