Tony Puig se revuelve de risa cuando se le pregunta por su leyenda como "gurú urbano" y –por única vez– se detiene antes de soltar una de esas largas réplicas en las que –sin dejar de tirar del mismo hilo– repasa la historia de las ciudades de Occidente, cuenta retazos de su biografía e imita voces y necedades que ha oído en sus treinta años de trayectoria como asesor de planeamiento urbano de la municipalidad de Barcelona. Puig habla –de ahí, quizá, su fama– con el temple y la seguridad de un profeta sobre qué ciudades "van para adelante". Del mismo modo, cuando algo lo decepciona, se vuelve un tipo severo. Ahora, a punto de llegar a Buenos Aires para dictar el viernes y el sábado próximos dos conferencias, deja bien claro que la capital argentina ha perdido mucho espacio "porque ni siquiera tiene claro qué quiere ser de mayor".
En las dos entrevistas que tenemos –con un intervalo de casi dos años– Puig se presenta como el primer estudiante laico de una cátedra de teología en Barcelona, como el chico que experimentó con el LSD y los paraísos místicos, como el anarquista que desde la mítica revista Ajoblanco defendió la contracultura y lo raro en los últimos años del franquismo y, finalmente, como un retoño del mayo del 68 que busca bajo las baldosas flojas y repisadas "las ciudades que querría construir".
En 1980 usted pasó de armar una revista contracultural a colaborar con el ayuntamiento de Barcelona. ¿Qué sabía de rediseño urbano, entonces?
No tenía idea, yo era un creativo, creía en lo imposible. Cuando arranca nos encontramos con una Barcelona gris, tétrica, gente que se quería ir a París a ser francesa. Es cierto que era una Barcelona muy activa gracias a la fuerte lucha antifranquista, pero no conocíamos la democracia. Entonces pensamos un proyecto para abrir al mar la ciudad, reparar infraestructuras dañadas, hacer que los barrios tuvieran servicios. A los pocos años salió el proyecto estrella, pedir los Juegos Olímpicos del 92, cuando no había posibilidades porque éramos una ciudad de tercera. Esto, que era una locura, funcionó. Yo digo que la gestión es hacer cosas extraordinarias con gente ordinaria: gente que trabaja con pasión, sabe de política y que por ahí no sabe diseñar una ciudad pero tiene algunas ideas.
¿Pero cómo se financia eso?
Hasta entonces había métodos para reconstruir ciudades como Lisboa, París o San Petersburgo, después de catástrofes y con grandes ingenieros. Cuando nosotros teníamos todo en marcha vino la crisis del 82 y entonces, en lugar de grandes infraestructuras, empezamos a zurcir la ciudad: pequeñas plazas para que la gente vea cambios; comunicación, "Barcelona va adelante. Barcelona más que nunca". Al final, eso nos lo creíamos todos.
En sus conferencias plantea que una de las claves es dar con una idea o concepto de ciudad. ¿Esto se aplica a las grandes ciudades de la historia?
Sí, a todas. Atenas apostó por la democracia como valor; Venecia, por descubrir mundos y abrirse a ellos, y así terminó construyendo una ciudad que es un mundo; ¿Florencia qué hizo? Repensó todo el ideal del humanismo; París hizo suya la ilustración, fue la gran ciudad de la revolución e inventó la modernidad. En todas las grandes ciudades hay un tema.
¿Y qué idea cree que podría encarnar Buenos Aires?
Tenéis 200 años como país, os liberásteis y dijísteis "basta" de los españoles. Tenéis que volveros a plantear lo mismo en el Bicentenario. Buenos Aires para mí está estancada. Si la comparo con el entorno ha perdido fuerzas por no decidir qué quiere ser. Tiene grandes problemas, una ciudad no puede dejar que se interrumpa continuamente la circulación, por más razón que haya. Tampoco que se privaticen las veredas o las calles.
Además, los proyectos se asocian a la especulación inmobiliaria. La tendencia parece ser una ciudad de clases medias y altas con cinturones de pobreza.
Mira, ustedes deberían tener como referencia a Berlín y Medellín. Berlín porque es la ciudad más creativa de Europa y ha juntado dos ciudades increíblemente. El otro modelo –sé que lo anterior os gusta mucho porque es europeo– es Medellín. Es la ciudad donde había más asesinatos del mundo y hace unos seis años, Sergio Fajardo, el alcalde, se preguntó de dónde salía la miseria, de dónde la violencia, y detectó cinco barrios. La respuesta no fue más policía, no. ¿Sabes qué hizo? En cada uno montó una maravillosa biblioteca, fantásticas escuelas y centros donde la gente aprendiera a montarse negocios. ¿Sabes cuánto invirtió en educación y cultura? El 40% del presupuesto. ¿Sabes cuánto bajó la violencia en cuatro años? Un cuarenta por ciento por año. A lo mejor, Buenos Aires necesita para el Bicentenario ocho grandes bibliotecas en el Conurbano. Pero no bibliotequitas, grandes bibliotecas donde la gente pueda ir a estar, hacer teatro, pintar, leer o hacer cursos. Porque la gente tiene autoestima. Hoy, en esos barrios de Medellín, está orgullosa.
¿Cuál cree que debe ser el papel del Estado respecto a la financiación de museos?
Yo veo un regreso a lo público en la cultura. Desde la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo de los 80, se apostó por el comercio cultural. Esto se acabó, es el fin del espectáculo, al menos con el dinero público. Yo le doy la bienvenida a las crisis porque obligan a replantear cosas. La abundancia es un "viva el espectáculo", el artista más caro, etcétera. Hoy el Guggenheim, como todos los museos del espectáculo, atraviesan una crisis increíble porque no plantean preguntas ni trazan respuestas. Hay una generacción de políticos y gestores culturales que apostaron a "lo más": lo más grande, lo más novedoso, que están para el geriátrico. La isla de los museos de Berlín no tiene nada que ver con este derroche. Los limpian y los iluminan, pero no son centros de diseño-diseñalísimo que cuestan una fortuna. Lo que sí hacen es abrirlos a la noche, que los estudiantes puedan visitarlos todo el día.
¿Les ve futuro a las instituciones públicas que financian y apoyan la producción artística?
No, esto es cosa del pasado, ¿un fondo para que los artistas puedan crear haciendo más de lo mismo? Obama lo dijo, es hora de quitarse el polvo y reconstruir la cultura. A los artistas les ha importado un carajo la crisis económica, las del planeta y las desigualdades sociales. Sólo se hacen fotos en las catástrofes para darse corte, convirtiendo a los derechos humanos en una farsa. Ojo, yo amo a los artistas, pero siento que ahora no plantean los temas que preocupan al mundo de hoy. No importa cómo, que lo hagan en abstracto, en realista, en metafísico, pero que lo hagan.
Fuente: Revista Ñ (Clarín)
Puig Básico
Se licenció en Teología, estudió filosofía y arte, y es especialista en gestión cultural y marketing de servicios socioculturales. Fue el fundador, junto a Pepe Rivas, de la mítica revista cultural Ajoblanco. Ha asesorado en Comunicación al Ayuntamiento de Barcelona y trabajado en temas como juventud y rediseño urbano. Es autor de "La comunicación municipal cómplice con los ciudadanos" y "Se acabó la diversión". Además, acaba de publicar "Marca ciudad", donde cuenta el desarrollo de ciudades como Barcelona, Curitiba, Medellín o Friburgo.
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