miércoles, 31 de marzo de 2010

Ratzinger y los escándalos de pederastía

En sus orígenes judeocristianos, la palabra skandalon, designaba la situación por la cual un pueblo se apartaba de Dios. Ya en el Antiguo Testamento el escándalo era la conducta inmoral de un pueblo en su relación con la divinidad. La perdida de fe constituía el obstáculo que se presentaba en el camino a Dios. A partir del siglo XVI y XVII la palabra empezó a referirse a la conducta de una persona religiosa que provocase el descrédito de la religión y que por lo tanto fuera un obstáculo para esa fe. En nuestros días, el escándalo se asocia a las acciones que ofenden los sentimientos morales de las sociedades, por ello los escándalos son relativos a las normas y a las costumbres de cada país.

Si bien la importancia y el valor que se le da a las normas varían de un lugar a otro, la pedofilia es uno de esos pocos delitos que generan rechazo a nivel mundial. Este crimen es sancionado en la mayoría de las sociedades del mundo y nadie se atrevería a decir algo en contrario. Este es, ni más ni menos, la infracción que por estos días se puso al descubierto por los múltiples escándalos que afronta la Iglesia Católica en los principales países de Occidente.

TRES FORMAS DE ASUMIR LOS ESCÁNDALOS

Ante las primeras denuncias publicadas en los medios masivos de comunicación, la Iglesia Católica ha respondido en un primer momento con la teoría de la manzana podrida. Las conductas desviadas de sus miembros constituyen pecados individuales de personas enfermas. Solo se trata de remover a esas manzanas en descomposición para evitar una putrefacción generalizada del cajón.

Según estudios realizados en el 2004, en los Estados Unidos, se reveló que 4.392 sacerdotes y diáconos fueron denunciados por más de 10.667 menores durante los últimos 50 años. Al mismo tiempo, la Iglesia Católica debió pagar más de $500 millones de dólares en costas legales y compensación a las víctimas. En el 2007, la Iglesia Católica ya había gastado más de $ 2 billones de dólares, a razón de 1.3 millones de dólares por cada niño víctima de abuso sexual.

En una segunda instancia, la Iglesia Católica se disculpó. En el medido tono y disimulo de las medias verdades o de las verdades a regañadientes. Muchas voces, y muchas de ellas alemanas, se alzaron nuevamente para acusarla de insuficiente y de insípida. Una condición para que las disculpas sean aceptadas es que el remordimiento resulte creíble y verosímil. Por ello es necesario que las victimas se sientan emocionalmente resarcidas. Algo muy difícil de lograr, dado el impacto que estos abusos sexuales genera en estos niños, en sus familias y en sus futuros personales. Hay adultos de más de 60 años que han denunciado abusos sexuales sufridos durante su infancia.

Finamente, cuando en los últimos días las acusaciones de encubrimiento llegaron hasta el mismísimo Ratzinger, hubo nuevamente un cambio discursivo. Del modesto reconocimiento se pasó a la famosa teoría del complot.

La estrategia de denunciar una conspiración, no por vieja y conocida, deja de ser efectiva. Suele ser útil para conservar a aquellos que todavía tengan confianza en la institución, pero difícilmente haga cambiar de posición a aquellos que no confíen en estos argumentos incontrastables.

Un verdadero arrepentimiento, como bien señala la doctrina católica, implica también el compromiso de cambio, para evitar, en la medida de lo posible, volver a pecar. En los escándalos ocurre lo mismo. Los escándalos deben ser capaces de provocar cambios institucionales, y de esta manera, dejar constancia del aprendizaje institucional. Los grupos humanos, al igual que los individuos, tienen una capacidad de aprender de sus errores y de encontrar mecanismos para evitar que los mismos se presenten nuevamente. Cuando esto ocurre, ya que no siempre pasa, es porque el escándalo ha permitido un proceso de restauración moral de la norma. Aquellos que defendía el valor vulnerado, es decir, el respeto absoluto de la integridad de los niños, ganaron sobre aquellos que pretendían relajar el cumplimiento de la misma. Una vez que se produjo un aprendizaje es más difícil que vuelva a cometerse el mismo delito, ya que la institución es otra y las conductas aceptadas de sus individuos también.

Ninguna de las tres formas de responder al escándalo ha resultado hasta el momento decorosa para la Iglesia Católica. El mismo Vaticano ha reconocido públicamente que su "credibilidad moral se ha debilitado".

VALORES Y ESCÁNDALOS

A esta altura de los hechos, y ante las pruebas publicadas sobre los encubrimientos al máximo nivel, se han convertido éstos en una infracción moral mayor que los abusos sexuales cometidos por los sacerdotes pedófilos. El escándalo pone al descubierto fallas institucionales que permiten esas conductas. Las infracciones de segundo orden suelen ser incluso más castigadas que las infracciones que dieron origen al escándalo.

Por otro lado, al igual que en la política, la credibilidad y el poder obtenido a partir de la defensa pública de determinados valores resulta muy costoso cuando son justamente esos valores los que se transgreden.

Cuando un político levanta las banderas de la transparencia o se presenta como un gran demócrata, sufre el descrédito público y la sanción social cuando su conducta se descubre corrupta o déspota. Incluso la sanción es más fuerte cuando aquel que viola la norma había sido su más conspicuo representante y había hecho de este valor su principal capital político.

Hace algunas décadas, y en forma creciente, la relevancia otorgada a la sexualidad en el discurso de la Iglesia Católica se fue alejando de las pautas sociales de convivencia de Occidente. En algunos casos entrando en confrontación con otros sistemas de creencias y de valores imperantes en la sociedad, como la defensa de los derechos humanos.

Los escándalos no son más que la fiebre en un organismo enfermo. Son el síntoma. El escándalo revela. Descubre aquello que quería ser ocultado. Oculto porque prohibido. El escándalo lo hace público, lo convierte en objeto de debate. E interpela abiertamente al sospechado y/ o acusado.

La infracción que genera el escándalo nunca opera en el vacío. Lo hace sobre la imagen, el honor y la reputación de una Institución o de un individuo. Cuando la Iglesia Católica convirtió a la sexualidad en su principal cruzada posmoderna, la lupa de la sociedad también se posó sobre las conductas sexuales de los miembros de la Iglesia Católica. Es decir, de aquellos que se abrogan la autoridad moral como para definir culpables e impartir sanciones.

Los escándalos se han convertido, en las sociedades actuales, en un mecanismo informal de la democracia por el cual la ciudadanía marca un límite moral claro a aquellos que tienen el poder de mandar, sean estos civiles o religiosos. Por ello los escándalos son un mecanismo de control social.

Solamente una infracción tan repudiable como la pedofilia y una institución tan tempranamente mundial como la Iglesia Católica, pudieron generar el primer escándalo global del siglo XXI.

Superar la esquirlas de esta crisis, requerirá que la Iglesia Católica no solo asuma la distancia que separa los valores de la sociedad de aquellos que conserva la institución, sino también de generar los cambios institucionales que materialicen ese aprendizaje. Y dar ese debate de cara a la sociedad.

Pablo Ariel Cabás

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