Candidata a cinco Oscar (mejor película, dirección, guión adaptado, montaje y actor protagónico), la película del director de El Código Da Vinci queda desplazada del lugar de film histórico que corteja, debiendo vérsela más bien como política-ficción.
Horacio Bernades
Puesta en su momento al aire en cuatro emisiones de dos horas-televisión cada una, la entrevista que el periodista británico David Frost le hizo a Richard Nixon en 1977 –tres años después de su renuncia a la presidencia– cobró valor recién en su último tramo. Animándose finalmente a ocupar el centro del ring, en ese momento Frost logró acorralar al único gobernante renunciante en toda la historia de Estados Unidos, dándole un golpe de knock-out. Su arma secreta eran unas desgrabaciones que confirmaban la participación central de Trickie Dick (Ricardito el Tramposo) en el affaire Watergate. Deudora de aquella entrevista, a Frost/Nixon, la entrevista del escándalo le sucede lo mismo: recién en las últimas instancias la película alcanza el interés, la intensidad, el pathos que hasta entonces no había llegado a construir.
El pequeño problema es que en realidad ese clímax jamás tuvo lugar. No, al menos, del modo en que el film lo muestra. Con lo cual esta candidata a cinco Oscar (mejor película, dirección, guión adaptado, montaje y actor protagónico) queda desplazada del lugar de film histórico que corteja, debiendo vérsela más bien como política-ficción. “¿Medio millón de dólares?”, repite Nixon para sí, cuando su agente literario, Swifty Lazar (Toby Jones), lo pone al tanto de la suma que acaba de arrancarle a Frost. “¿No se le podrán sacar 50.000 dólares más?”, retruca enseguida, como si fuera un agente de ventas antes que un ex presidente de
Tan pragmático como su contrincante y respaldado por sus propios think tanks, Frost (el británico Michael Sheen, Tony Blair en La reina) se propone hacer del programa el juicio público que el truhán de la narizota (a quien su sucesor, Gerald Ford, había exculpado oficialmente) había logrado esquivar hasta entonces. ¿Qué gana Frost con eso? Un rating que le permita volver a las primeras ligas. Eso es todo lo que le interesa.
Las simetrías no son las que tanto el título como la sinopsis parecen sugerir, y ésa es una de las debilidades de Frost/Nixon. Tan astuto y coriáceo como es de suponer, pero sorprendentemente espontáneo, amigable y hasta leal, la película construye un Nixon infinitamente más interesante que el que el sentido común permite imaginar. Hasta el punto de que en los tramos finales, el tipo –al que su manía controladora terminó llevando al desastre– no tiene problemas en regalarle, al periodista que podría hundirlo, confesiones que no le haría ni a su psicoanalista. Cuando reciba el golpe inesperado, este Nixon de la imaginación no apelará a escapatorias de ocasión, como la inoportuna sonrisa triunfal que había exhibido tres años antes, en la escalerilla del helicóptero que lo alejaba para siempre del escarnio público. Hará, en cambio, lo que el Nixon real jamás hizo: acusar el golpe, mostrarse quebrado ante una audiencia de millones, extraviar la vista en algún rincón del decorado. Gestos más propios del aniquilado protagonista de El luchador que del mañoso Trickie Dick.
Escrita por el británico Peter Morgan (autor de La reina) a partir de su propia obra teatral, lo que distancia a este Nixon ficcional del histórico es, también, lo que le da volumen dramático. Volumen que el descomunal Frank Langella amplifica al máximo, haciendo de él un tipejo miserable, un seductor exuberante y un loser conmovedor. Todo ello, a partir de una asombrosa transformación física, para la cual no echó mano de otro maquillaje que un par de retoques en el cabello y cejas ligeramente engrosadas, además de engolar el habla. Aun aceptando sus licencias históricas y sabiendo que Ron Howard (director de El código Da Vinci) jamás excederá una pragmática funcionalidad visual, el gran problema de Frost/Nixon es que la pelea de fondo que el título anuncia en verdad no existe. Timorato, apichonado, visiblemente desbordado por la figura que tiene enfrente, el combate entre él y el Nixon bigger than life de Langella es la pelea entre un heavyweight y un peso pluma. Por más que le haya arrancado la asombrosa declaración final de que “la ilegalidad, en manos de un presidente, no es tal”. Guantazo de último minuto, que la película se ocupa de convertir en una confesión que no fue tal.
FROST/NIXON,
(Frost/Nixon, EE.UU./Gran Bret./Francia, 2008)
Dirección: Ron Howard.
Guión: Peter Morgan, sobre su obra de teatro.
Fotografía: Salvatore Totino.
Intérpretes: Frank Langella, Michael Sheen, Kevin Bacon, Matthew MacFadyen, Oliver Platt, Rebecca Hall, Sam Rockwell y Toby Jones.
Fuente: Pagina/12
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