Usted se está extinguiendo. Numerosos académicos, periodistas y manosantas auguran una inminente extinción de los diarios impresos en papel (y, desde luego, de sus lectores). Algunos hasta le han puesto fecha al velorio masivo: primer cuatrimestre del año 2043 en Estados Unidos, según el investigador Philip Meyer.
Los discursos extincionistas, importados de la biología, están de moda para hablar de mutaciones culturales. Será quizá por aquello de que la cultura nunca muere; y entonces sólo queda referir a los estados de extinción que en ella se manifiestan: la anunciada muerte de la pintura a manos de la fotografía, el cine asesinado por el video, la amenaza de internet sobre la televisión, y los diarios siempre en estado de coma. En torno a este sistema de medios en permanente transformación y rodeado de profecías incumplidas, Carlos Scolari y Mario Carlón lograron sumar a otros expertos del asunto que –como ellos– debaten el tema en un libro que le moja la oreja al lector con el título de El fin de los medios masivos. La televisión, los diarios, la radio, el cine, internet y la industria de la música son abordados por distintos especialistas (en su mayoría argentinos) bajo los parámetros de la metáfora ecológica: los medios masivos estarían en vías de extinción o, al menos, su masividad podría dejar de existir.
El concepto de “ecología de los medios” no es nuevo. Surge de la matriz teórica de grandes investigadores como Marshall McLuhan, Walter Ong y Neil Postman. “Ellos tenían una visión transversal y sistémica de los medios que es sumamente útil para entender las actuales transformaciones. Si profundizamos en la metáfora ecológica, podemos decir que hay ‘nuevas especies mediáticas’ que han irrumpido en los últimos años (YouTube, las redes sociales, los dispositivos móviles, etc.). Estas nuevas especies han generado cambios en el ecosistema, lo cual obliga a los viejos medios a adaptarse a las nuevas condiciones. Más que desaparecer, los viejos medios –como la radio, la prensa, la televisión– tienden a adaptarse para poder sobrevivir en la nueva ecología. Modelos de negocios que parecían consolidados –como el de la industria discográfica– se disolvieron en pocos años”, asegura Scolari.
Entre éstas y otras mutaciones adaptativas o fatales, que se suceden a lo largo de los diferentes artículos del libro, la radio aparece como el medio que mejor se ha adaptado –e incluso ha sacado provecho– del nuevo mapa de situación. Todos coinciden en que lo que está muriendo es el viejo modelo de medios centralizados, unidireccional y masivo. “Si los medios masivos dejan de ser la gran amalgama ideológica de la sociedad, ¿qué medio cumplirá esa función? ¿De qué hablarán los ciudadanos si el consumo mediático se fragmenta en decenas de medios y plataformas?”, se pregunta Scolari. Y su interrogante atraviesa los artículos de Mirta Varela, Hugo Pardo Kuklinski, Eliseo Verón, Robert Logan y Paolo Bertetti, entre otros investigadores en el libro.
“La prensa y la televisión –dice Scolari– cumplían muy bien está función creadora de agenda, de temas de discusión compartidos por todos los lectores y televidentes. Al perder los medios masivos su centralidad para dejar espacio a los nuevos medios y redes sociales, los temas y las audiencias también se fragmentan”. ¿Esto significa que hay menos para compartir? ¿Se avecina el día en que en las oficinas ya no sea necesario estar al tanto de qué hizo anoche Tinelli, para no ser apartado del fogón? ¿Habrá fogón? Los nuevos medios y las nuevas formas de consumo mediático están empujando a los mass media tradicionales a un lugar menos central: los medios ya no están en el medio.
Mario Carlón pone énfasis en este cambio de época: “Ahora nos encontramos ante la oportunidad de empezar a hacer un balance –una especie de arqueología– acerca de lo que significaron los medios masivos, porque la emergencia de los nuevos medios está terminando de completar el sistema con el cual deben ser comparados para comprender su significado histórico. Ellos surgieron luego de otro importante sistema, el de Bellas Artes, que se consagró en el siglo XVIII: sus lenguajes eran principalmente la música, la literatura, la pintura, la escultura y el grabado”.
Al mismo tiempo en que las nuevas tecnologías se empujan unas a otras acelerando el calendario, los académicos corren detrás de los hechos navegando entre el diagnóstico y la predicción, casi siempre con la amarga confesión de que ningún análisis es suficiente, de que aún es prematuro o ya es tarde. Pero en el interesante artículo que Mirta Varela dedica a analizar el fenómeno de YouTube, advierte sobre el riesgo de confundir lo tecnológico con el uso cultural: “No es posible adivinar el futuro limitándose a leer el cambio técnico”, dice luego de citar a Raymond Williams que ya había avisado: “Primero se inventó la televisión y luego se pensó para qué podía ser utilizada”.
“Los nuevos medios están aún en una etapa de fuerte mutación, lo cual no favorece el trabajo analítico. Ya se ha empezado a hablar, por ejemplo, del fin de los blogs, cuando en verdad tienen muy pocos años de vida”, señala Carlón casi invitando a leer el capítulo en el que Pardo Kuklinski aborda el tema de las transformaciones producidas por las tecnologías disruptivas DIY (do it yourself, hágalo usted mismo):Facebook, Twitter, My Space, Lulu.com y toda la galaxia blogger y de la web 2.0. Allí también “el darwinismo digital se encargará de la supervivencia de los más aptos”.
Mientras los nuevos celulares ofrecen tantas prestaciones que casi olvidan el teléfono, los medios masivos tradicionales se las ¿ingenian? para captar a las audiencias fragmentadas por las nuevas tendencias. Así es como los medios gráficos buscan parecerse a internet, incorporando diseños que emulan a las “barras de navegación” de la web, más infografías, más color, apretadas síntesis, links, tips y todo tipo de textos breves y brevísimos diseñados a medida de una curiosa especie: el lector que no le gusta leer. Quizás haya que esperar una televisión para gente que no la mira o una radio para sordos.
Ante la falta de una reserva ecológica para preservar a las especias mediáticas en peligro, los consumidores de medios también se adaptan y transforman sus hábitos y usos. El viejo mostrador que dividía claramente el espacio del emisor del de los receptores ya no existe. Y de eso da cuenta cada uno de los artículos del libro editado por Scolari y Carlón. Seguramente los medios masivos no desaparecerán, pero tampoco ocuparán el lugar hegemónico que tuvieron durante el siglo XX.
Mientras todos estén ocupados en decir, será difícil encontrar a alguien dispuesto a escuchar. La adaptación puede ser cruel, pero es la única manera de evitar la extinción. La promesa pop de los diez minutos de fama era una trampa que no dejó a nadie satisfecho. El que hasta hace un rato estaba en vías de extinción ha mutado en una nueva especie de “usuario mediático” acostumbrado ahora al autoservicio del “hágalo usted mismo”, “bajate tu propia música”, “elige tu propia aventura”, “lo pedís, lo tenés”, “agregalo a tus favoritos”, opiná, votá, decí, caceroleá. Ahora en el centro de la escena parece que está usted, amigo lector. Si me permite llamarlo “amigo”. Si me permite llamarlo “lector”.
Fuente: Crítica
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