martes, 8 de septiembre de 2009

Polarización en Uruguay a 7 semanas de comicios


Por Claudio Paolillo.
Las elecciones nacionales que tendrán lugar en Uruguay dentro de apenas siete semanas para designar al nuevo presidente que sucederá a Tabaré Vázquez desde el 1 de marzo de 2010 y al nuevo Congreso que será instalado el 15 de febrero de ese año, están siendo las más polarizadas de la historia reciente. El candidato del gobernante Frente Amplio es José Mujica, un viejo guerrillero tupamaro de 73 años que no abjura de su pasado y solo genera incertidumbre sobre el futuro del Uruguay. No se sabe si seguirá los pasos del saliente gobierno socialdemócrata de Vázquez o si irá hacia una suerte de “bolivarianización” del país, sumándolo al eje liderado por el presidente venezolano Hugo Chávez. Su principal rival es el ex presidente Luis Alberto Lacalle, un líder del Partido Nacional de 68 años ubicado en el espectro de la derecha democrática de la nación.
Lacalle se presenta siempre como un gran amigo del Paraguay, igual que su abuelo, Luis Alberto de Herrera.

Las encuestas muestran hoy a Mujica con un 45% de las preferencias, seguido de Lacalle (35%), Pedro Bordaberry (10%, del Partido Colorado) y Pablo Mieres (3%, del Partido Independiente). Pero el favoritismo de Mujica que surge de estas cifras debe ser relativizado porque en Uruguay hay un sistema de doble vuelta electoral. Si el 25 de octubre ninguno de los candidatos consigue el 50% más uno de los votos, automáticamente pasarán a una segunda vuelta prevista para el 29 de noviembre los dos postulantes más votados.

Y como es previsible que, en esa hipótesis, prácticamente todos los electores de los partidos de la oposición adhieran a Lacalle, la suma de ellos superaría a los votos de Mujica. Si eso ocurriera, aunque ganara con luz en la primera vuelta, el ex guerrillero sería derrotado en la segunda. De modo que la chance que los encuestadores asignan al presidenciable del Frente Amplio es que arrase en las urnas dentro de siete semanas, algo que consideran poco probable. Y si eso no pasa, el Frente Amplio corre serios riesgos de perder el gobierno.

Los partidos políticos, como ocurre cuando se acerca la elección, están luchando ferozmente por obtener el poder y están pidiendo a los miembros de la sociedad su confianza y su voto para llegar al gobierno y hacer desde el lo que antes habían prometido. La campaña electoral luce, pues, como un período despiadado durante el cual los políticos pasan una temporada apareciendo ante el público como enemigos irreconciliables que luchan a dentelladas y sin demasiada elegancia en procura de un objetivo en el que, parece, les va la vida. No hay grandes novedades en esto. Siempre sucede. En Uruguay y en todo el mundo.

Para la ciudadanía, lo más saludable es prestar solo la atención necesaria a estas pequeñas “guerras” preelectorales, tratar de separar la hojarasca e intentar discernir los grandes rumbos que se atisban entre el vendaval de insultos, maniobras, operativos, proclamas con aire de solemnidad, zancadillas, promesas incumplibles y guarangadas que suelen llegar como “paquete” inevitable en cualquier campaña electoral. Pero eso, que es normal y deviene de la propia condición humana, puede transformarse en algo peligroso cuando esta legítima pugna deviene en obsesión por el poder. Y mucho más, cuando se trata de una obsesión por retener el poder.

Alternancia

Por esa razón, uno de los medidores más relevantes cada vez que a alguien se le ocurre evaluar la salud de una democracia es la alternancia pacífica de los partidos en el poder. Y, más que la alternancia en sí, la ausencia de dramatismo en que esa alternancia efectivamente se produzca. Eso es lo que separa a las democracias maduras de las que no lo son. En las primeras, los partidos políticos suben y bajan del poder en paz, según las decisiones de la voluntad popular, y nadie se suicida ni prepara las valijas para huir ante la llegada del “enemigo”. Los políticos, en esas sociedades, son considerados por la gente como administradores temporales de sus asuntos y ellos saben que, de verdad, su autoridad emana de los ciudadanos y ella cesa cuando la gente no los quiere más manejando sus dineros.

En las democracias inmaduras, los partidos políticos a veces no bajan del poder y se mantienen en él por la fuerza de las armas, por la corrupción de los hombres que ocupan las instituciones o por el uso y abuso de los recursos del Estado, que no les pertenecen; otras veces descienden a patadas por “revoluciones” que colocan arriba a los sedicentes “líderes” que el pueblo “verdaderamente quiere”. Allí, la noción de que los políticos son administradores temporales de los asuntos del pueblo está lejos de echar raíces y todo se presenta como un drama épico donde en ocasiones corre sangre de incautos e infelices y rara vez la de los “heroicos caudillos” que lideran las peleas.

Esto último es lo que ocurre en buena parte de América Latina. Sucede hoy en países como Argentina, Bolivia, Paraguay, Ecuador, Venezuela, México, Colombia, Perú, Nicaragua y Honduras. Sin embargo, desde que acabó la dictadura militar en 1985, Uruguay ha sido una grata excepción a esa regla regional; excepción compartida notoriamente por Chile y Costa Rica y, en menor medida, por Brasil.

Los cuatro traspasos del poder que hubo en Uruguay en la historia post-dictatorial demuestran esto. El Partido Colorado cumplió su primer período de gobierno constitucional iniciado en 1985 y pasó el poder al Partido Nacional sin dramas cinco años después. La sana rutina se repitió sin fisuras siempre. En 1995, el Partido Nacional pasó el poder al Partido Colorado, en el 2000 el Partido Colorado retuvo el gobierno (aunque con un presidente rival del saliente) y la transición fue impecable y en el 2005 el Partido Colorado traspasó el poder al Frente Amplio en medio de una fiesta democrática. Uruguay se acercó al grupo de las democracias maduras y se alejó de las inmaduras. Por eso se le reconoce internacionalmente hasta el día de hoy.

Lo más seguro es que el presidente Vázquez repita el ritual por quinta vez el 1º de marzo de 2010. Pero esta vez hay ruidos que no se escucharon en las elecciones anteriores.

Los ruidos provienen de la obsesión que parece haber ganado a la nueva mayoría tupamara que dirige el Frente Amplio. Hay en el lenguaje, en la mentalidad, en la estética y en el programa de esa mayoría y de la fórmula del Frente Amplio un viento mesiánico que no tiene nada que ver con las alternancias anteriores. Un viento que podría devolver al Uruguay a la categoría de las democracias inmaduras.

La campaña oficialista trasunta una clara vocación refundacional, que plantea una “nueva institucionalidad” y un “nuevo poder”, distintos a los que prevé la Constitución. Hay una vocación de ruptura radical con la letra y el espíritu democrático, republicano y liberal que impregna a la Constitución del Uruguay desde su primera versión, jurada en 1830. La Constitución uruguaya vigente es, por cierto, diferente a la que inauguró la independencia del país, pero los valores básicos y fundamentales que animaron a los primeros constituyentes se mantienen sólidos y erguidos, como las enormes columnas de mármol del Palacio Legislativo de Montevideo.

Obsesión

Debido a eso, la obsesión que los candidatos del Frente Amplio demuestran cada vez que se suben a un estrado en su pugna por mantener a ese partido en el poder inquieta a los espíritus libertarios de todos los partidos, incluyendo a aquellos que tienen su corazón en el Frente Amplio. Es que, a diferencia de lo que ocurrió en octubre del 2004, cuando Vázquez ganó las elecciones en primera vuelta, si triunfara Mujica, a juzgar por lo que él mismo y sus principales allegados han dicho y han escrito, no se trataría aquí meramente de otro traspaso de la banda presidencial. Si eso ocurre, la banda sería traspasada y el Uruguay sería sacudido por un “terremoto”. Y, como bien se ha dicho, se trasladaría a “otro mundo”.

A muchos les perturba que la obsesión por permanecer aferrados al control del Estado esté involucrando de un modo tan flagrante al gobierno que sale. Perturba que el presidente Vázquez inicie una gira por el país con el argumento, sí, de defender su gestión; pero justo en los dos meses finales de la campaña y con frases inequívocamente electoralistas y banderas frenteamplistas flameando ante el atril presidencial. Perturba que a las autoridades de la educación pública se les haya ocurrido que ahora sí, a dos meses de las elecciones, es su deber gastar medio millón de dólares en publicidad para difundir los “logros” de su gestión. Perturba el notable aumento que ya existe en la publicidad oficial de otros vastos sectores del Estado, como hicieron los Kirchner antes de las legislativas de junio en Argentina, con anuncios de evidente cuño electoral.

Perturba ver a “la ciudad en obra”, con los funcionarios de la Intendencia de Montevideo y con las empresas por ésta contratadas trabajando a brazo partido para tapar los pozos de las calles, colocar los focos de luz que faltan y arreglar las plazas…a dos meses de las elecciones. Perturba escuchar a ministros y otras autoridades anunciando que desde el 1º de setiembre, por decreto, los miles de individuos que se mueven en torno al deporte profesional (desde los futbolistas hasta los cancheros y sus familias) tendrán derecho a la seguridad social. Perturba que cuando faltan tan pocas semanas para las elecciones, ministros y demás autoridades anuncien nuevos préstamos del estatal Banco Hipotecario para quienes no son ahorristas, súbitas ampliaciones en cientos de miles de personas en la nómina de individuos que pueden operarse gratuitamente en los hospitales públicos y reparto de centenares de miles de pesos entre estudiantes liceales desertores para “alentarlos” a que vuelvan a las aulas.

Los ciudadanos “perturbados” creen que está bien que el gobierno arregle las calles, respete o amplíe derechos, combata la deserción estudiantil, ayude a la gente que precisa conseguir una vivienda o defienda lo que hace, pero les rechina que lo haga cuando sólo faltan dos meses para las elecciones. ¿Por qué no lo hizo antes?, se preguntan. ¿Por qué los montevideanos no vieron a “la ciudad en obra” durante toda la gestión del intendente tupamaro Ricardo Ehrlich? ¿Por qué los jugadores de fútbol no tienen derecho a la seguridad social desde el año 2005 —cuando asumió Vázquez— y sí desde ahora? ¿Por qué desde ahora, y no desde antes, más gente con problemas visuales podrá tratarse gratuitamente y más gente podrá acceder a préstamos blandos del Estado? ¿Por qué ahora hay dinero para intentar frenar el ausentismo en los liceos, cuando se trata de un grave asunto diagnosticado hace muchos años?

Todo parece demasiado burdo a los ojos de los observadores independientes. Y, también, demasiado descarado. Porque estos derechos que se reconocen ahora, estas obras que se encaran ahora, esta publicidad que se difunde ahora y esta plata que se distribuye ahora no se paga con dinero que sale de los bolsillos de los candidatos oficialistas. Se paga con dinero que sale de los bolsillos de todos los uruguayos; de los que apoyan a esos candidatos y de los que apoyan a todos los demás.

Tijeras

Es verdad que, como protestan los dirigentes del Frente Amplio, algunas de estas cosas ocurrieron también en los gobiernos anteriores. Los presidentes salientes gastaban tijeras en cortar cintas para inaugurar obras durante sus últimos meses de gestión y, a veces, la publicidad del Estado crecía desmesuradamente. Eso les fue echado en cara con razón, tuvieron que rendir cuentas por sus hechos y la población los castigó sacándolos del gobierno. Sólo la soberbia descontrolada, aquella que no deja percibir las cosas como son, puede inducir a individuos preparados a caer en estos excesos. Y ahora, los gobernantes del Frente Amplio vuelven a comportarse como si creyeran que nunca nadie les va a pedir cuentas por sus conductas. La carrera electoral no es pareja, pues.

Con semejante respaldo, más el que generosamente proporcionan las organizaciones para-gubernamentales con sus marchas de rechazo explícito a los candidatos de la oposición, cualquiera podría decir que la fórmula del oficialismo corre con “el caballo del comisario”. Puede ser. También puede ocurrir que la tentación a caer en la soberbia que esta circunstancia tan favorable habilita confunda de tal modo a los dirigentes de la mayoría tupamara que, como tantos otros en el pasado, acaben creyendo que son invencibles.

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