SANTIAGO, Chile.- Fue un golpe de humildad tremendo: la certeza de que, a diferencia de lo que muchos creían, Chile sigue siendo un país con deudas pendientes.
Bastó un sismo de tres minutos de duración para que el más opulento vecino de América latina tropezara y desnudara sus contradicciones, pese a las cifras que muestran una economía pujante.
"Nadie está preparado para esto", dijo la presidenta Michelle Bachelet. Tampoco lo estaba el país para esas increíbles 48 horas que siguieron al terremoto, en las cuales las palabras "pillaje" y "saqueo" fueron las más utilizadas en la TV, mientras las autoridades regionales pedían a gritos la intervención militar, el toque de queda y, si era necesario, hasta el estado de sitio.
Tampoco es ése el único resultado. El horror y la miseria moral mostraron todas sus caras: la especulación de precios -hasta 4 dólares por una botella de agua o un kilo de pan- en sectores como Constitución y las costas del golfo de Arauco; el robo de medicamentos en las farmacias y la triste realidad de vecinos de zonas de buen nivel económico acaparando más productos de los que necesitaban.
Las denuncias desde las áreas devastadas fueron tan increíbles como dolorosas: grupos de delincuentes que invadieron las casas de los heridos para robar sus pertenencias en las costas del Maule y el Bío Bío. Ayer, incluso, hubo versiones de que se habían saqueado tumbas en algunos poblados del Sur.
Las imágenes del espanto, posteriores a la catástrofe, no parecen coincidir con las de un país ejemplar que tantos elogios ha cosechado en Washington y en el resto del mundo por la continuidad de un modelo económico que impulsó el desarrollo del país.
De a ratos, las regiones del Maule y el Bío Bío se acercaron más al infierno desatado en Haití tras el sismo del 12 de enero, que a las ciudades de un país que busca, por todos los medios, su ingreso al Primer Mundo, a la caza del estándar de Portugal, como promete el presidente electo, Sebastián Piñera.
"Es un espejo quebrado que nos hace mirarnos a nosotros mismos", reflexionó para LA NACION desde Brisbane, Australia, el periodista chileno Fernando Sagredo, quien envió una sentida carta a sus compatriotas, titulada "Los terremotos no son controlables; las injusticias, sí".
En ella, hizo referencia a la fractura social que salió a la luz esta semana. Basta retroceder sólo dos meses para repasar, no sin algo de tímida incredulidad, las imágenes de las autoridades, que se congratulaban a sí mismas por haber sido invitadas a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Chile es el primer país sudamericano aceptado en el exclusivo grupo de los 30 países democráticos más desarrollados del mundo. Es un reconocimiento mundial a las reformas políticas y económicas realizadas durante los 20 años de gobiernos de la Concertación.
Y no sólo por sus cifras económicas Chile se ganó la envidia de algunos vecinos de la región. Dueña también de una feliz democracia, recuperada tras 17 años de oscura dictadura militar, el país consiguió reinsertarse en el mundo después de un extendido ostracismo. Y hace poco más de un mes dio una verdadera clase de civismo, con elecciones limpias y respetuosas, con Bachelet entregándole el poder a la centroderecha con un apretón de manos.
Otra realidad"¿Qué fue lo que pasó?", "¿En qué nos convertimos?", fueron las preguntas más repetidas tras el sismo. Muchos respondían: "¿No será que esto es lo que siempre fuimos?".
"A pesar de los esfuerzos que ellos [la elite política y los medios] han realizado durante años para mostrarnos a Chile como un país ganador, un país que deja la región para insertarse en las ligas superiores, como si todos sus habitantes, por igual, estuviésemos invitados a la misma fiesta, el terremoto ha develado la inequidad social que sigue existiendo", explicó el director del Observatorio Ciudadano, José Aylwin.
"Hemos promovido una sociedad individualista en la cual se privilegia el éxito económico. Chile es un negocio; Chile es un gran shopping de la desigualdad", dijo a LA NACION, con congoja, el vicario de la pastoral social, el sacerdote Alfonso Baeza.
"Quisieron que fuéramos competitivos y nos convirtieron en competidores. Espero que este terremoto permita corregir las grietas, no sólo de nuestros edificios, sino también de nuestra sociedad", añadió.
Las estadísticas son elocuentes. Pese a sus más de 20 tratados de libre comercio, a sus 25.870 millones de dólares en reservas internacionales y a las auspiciosas proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), de que el país lideraría el PBI per cápita a nivel regional hasta 2014, con casi 15.000 dólares, la otra cara del espejo es desoladora.
Según el último informe de la ONU sobre igualdad de ingreso y desarrollo humano, Chile se ubica en el puesto 110 de 124 países, superado por naciones con mucho menor nivel de desarrollo. De acuerdo con el Ministerio de Planificación, un 13,7% de la población vive bajo la línea de la pobreza.
Es un país en el que hay casi dos millones de pobres y más de 500.000 personas en estado de indigencia, que al mismo tiempo posee carreteras que permiten llegar de la precordillera al aeropuerto en menos de 15 minutos.
"¿Tan ciegos estamos que antes del terremoto no habíamos notado que había barrios periféricos en torno de las ciudades? ¿Que en los estadios se juntan decenas de miles de personas prácticamente marginadas de la sociedad? ¿Que la calidad de la educación en el país es una vergüenza?", se preguntó Segredo en su misiva.
A nivel educacional, la brecha es escandalosa: los colegios privados aplastan con indignante superioridad los resultados obtenidos por la educación pública. En muchos liceos municipales, los alumnos ven "infladas" sus calificaciones, sólo para darse cuenta, una vez en la universidad, de que su preparación no sirvió de nada.
Es el Chile modelo 2010, el del otro lado del espejo; el que seguramente deberá postergar sus sueños de grandeza por socorrer a sus hermanos.
Fuente: La Nación
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