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61- Vamos a acompañarlo, si se pone los pantalones largos y se saca la minifalda. Sobre la escasa participación del gobernador Schiaretti en el conflicto del campo.
Comunicación Política. Campañas electorales. Comunicación Gubernamental. Escándalos. Polémicas. Comunicación de crisis.
El discurso de ayer de Cristina tensó los ánimos sociales de una forma distinta a como venía ocurriendo con el discurso virulento y agresivo de Nestor Kirchner. Si el discurso del marido le había permitido construir autoridad desde un piso de legitimidad muy bajo; el discurso agresivo y prepotente de CFK, minó sus bases de poder, de una forma acelerada. Bachelet tuvo más cintura, y humildad republicana, para afrontar la crisis que vivió a principios de su gestión.
La lectura del oficialismo fue errada. Y repito, no me refiero a las retenciones como medida económica; sino como discurso político legítimo generador de consensos sociales. El Gobierno se comportó como siempre; como lo había hecho en Santa cruz y como lo venía haciendo en la Nación. Pero dos cosas habían cambiado en la sociedad argentina y en los juegos de poder.
Por primera vez el Gobierno K se enfrenta a un enemigo poderoso. Los anteriores eran débiles, fragmentados e inventados. Los militares nunca fueron una amenaza al Kirchnerismo, los piqueteros fragmentados-cooptados de los primeros tiempos tampoco. Shell es una minifundista comparada con las cuatro entidades del campo. Y nunca se le opuso al gobierno abiertamente.
La conflictividad social desde el 2003 al 2007 fue organizada desde Casa de Gobierno. Kirchner llamaba a D´Elia y allí iba la guardia a boicotear a los enemigos de turno.
El Gobierno Todopoderoso equivocó al enemigo y lo fortaleció de una manera impensada 15 días atrás. Hoy el campo concita apoyo en amplios sectores de la sociedad (Y no solo en las clases medias altas o en los dueños de campos). Concita apoyo, no por que el Estado Argentino sea un Estado socialista (o comunista) en la recaudación; sino porque seguimos siendo un país tercermundista y populista en la distribución. El largo camino a la pobreza argentina, resulta garantizado cuando la rentabilidad es un botín público del que se puede meter mano sin dar motivos racionales, explícitos y de cara a la sociedad, en el caso de que sea necesario meter mano. El segundo dato de la realidad que el Gobierno pasó por alto, es el cambio que se fue operando en la sociedad en los últimos años. Y creo que ésta es la razón de la movilización espontánea, masiva y legítima de ayer. El crecimiento económico de los últimos años hizo que las expectativas y los límites de lo aceptable, lo deseable y lo tolerable por los argentinos hayan cambiado. Tras cinco años de crecimiento a más del 8%, es lógico que las prioridades o las demandas de la sociedad cambien. La famosa pirámide de Maslow lo señala: Una vez que determinadas necesidades básicas son satisfechas, se pasa al escalón siguiente. Que una vez satisfecha, vuelve a ser el piso para dar un nuevo paso a otro escalón.
Cristina habló ayer de “piquetes de la abundancia”. La corrijo: No se trata de abundancia. Se trata de rentabilidad por el trabajo y el uso de la tierra. Comunicación errónea, que hirió a la sociedad, no en su legítima búsqueda de rentabilidad, sino en su autonomía como ciudadanos. La reacción de los habitantes de los grandes centros urbanos (los pueblos y zonas rurales vienen movilizados desde antes) fue por la prepotencia del discurso. No prepotencia de gritos, (de hecho el tono fue cuidado y medido), sino prepotencia de negación de la legitimidad del otro. El otro no tiene legitimidad ni derecho para protestar, para plantear, para disentir. Se lo debe todo al poder central y no hay nada peor para el poder central que la exhibición de autonomía. La autonomía y la dignidad es provocación y amenaza. Comportamiento lindante al autoritarismo y alejado de los conflictos básicos de la convivencia en una República. Si el discurso fuerte y de clausura de Néstor Kirchner en la Argentina del 2003 trajo tranquilidad a muchos sectores, como dijo el semiologo Steimberg; la misma línea discursiva de Cristina Kirchner en la Argentina del 2008 resulta insoportable. Satisfechas determinadas necesidades y en un clima de inflación y desabastecimiento, la soberbia discursiva incomoda, irrita y provoca. Como ocurrió ayer.
El Gobierno Nacional tiene la tendencia a creer demasiado en la capacidad del discurso para constituir la realidad. No digo que así no sea. Pero creo que se exceden en voluntarismo de gruesas pinceladas impresionistas para ocultar la realidad del día a día. Que Cristina no hable de la inflación en el Congreso, cuando es la principal demanda de la gente, no hace desaparecer a la inflación. Solamente expresa la distancia entre el discurso político y las sensaciones de la opinión pública.
Esa distancia se hizo conflicto ayer. El divorcio no parece inmediato. Pero son necesarios urgentes ajustes. La sociedad argentina es compleja y no es la misma que los recibió hace cuatro años huyendo de los brazos de Menem. El desabastecimiento, la escalada inflacionaria que se avecina, la insensibilidad y ceguera del discurso oficial, las patotas desprolijas de choque, no son alentadores. Hasta el momento, la protesta ha sido racional. La palabra oficial debe volver a contener ese malestar y no apretar el cuello, agravando el dolor. La noticia de ayer, avanzada la noche, fue que Cristina viajó por tierra a Olivos. Ojala lo siga haciendo, sin cortes y sin helicópteros.
Pablo Ariel Cabás
Pero el de las encuestas no es el único rubro del informe que no resiste un análisis más prolijo. La asignación para "actos y eventos", por ejemplo, de $ 326.000, también suena irrisoria porque las manifestaciones y concentraciones ya no se hacen, como antes, con militantes que asistían voluntariamente para escuchar a sus candidatos y alentarlos en la competencia electoral. Ahora se trata de "asistentes profesionales", a los que hay que transportar, entretener, brindar facilidades sanitarias e incluso pagarles un "honorario". Lo mitines modernos son obras maestras del marketing. En España, donde el recurso está más avanzado, se enlatan y se despachan para su televisación. Es así porque los candidatos ya no se dirigen sólo a los miles de personas que asisten personalmente, sino principalmente a los millones que reciben la transmisión televisiva. Hay pocos recursos, si los hay, de los empleados en las campañas que no terminen de una forma u otra en el receptor hogareño. Las campañas son cada vez menos transparentes.
Los informes económicos de los gastos generados durante las campañas, suministrados por los propios responsables, suelen ser tan poco creíbles como los que últimamente difunde el tan cuestionado Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) acerca del costo de productos y servicios.
Las campañas modernas son como un iceberg que muestra menos de lo que oculta; lo que queda bajo el agua suele ser por lo menos igual a lo que sobresale, más aún en esta época en que los medios convencionales son apoyados por otros como el telemarketing, las manifestaciones y la participación en programas (PNT), por citar sólo a los legales. Pérdida de credibilidad Las acciones proselitistas están reguladas, en casi todos los países, por normas y reglas.
Aquí se fija principalmente el tiempo de duración de las campañas, cuándo deben empezar y cómo deben financiarse. Pero las regulaciones dejan tantos agujeros que los candidatos se cuelan fácilmente por ellos. La cuenta regresiva de las campañas suele comenzar entre nosotros con la aparición de los primeros anuncios en televisión; los otros recursos, la parte de abajo del iceberg , asoman mucho antes e impunemente.
En la Argentina, las campañas suelen despegar ocho o nueve meses antes, con acciones aisladas en los lugares de veraneo, porque, por el turismo de gente del interior, son como fugaces microcosmos del mercado nacional. Las fuentes de financiación suelen ser ocultadas o disimuladas.
El escándalo de la valija incautada en el aeroparque Jorge Newbery con los US$ 800.000 llegados de Venezuela es una de las últimas pruebas de la manipulación financiera de las campañas. En suma, las campañas que transgreden las reglas, con menor preocupación por informar que por agredir al adversario político, sin debates serios y en el fondo cada vez más propagandísticas, están perdiendo credibilidad y convirtiendo lo que debe ser una fiesta de la democracia en un espectáculo costoso, penoso y estéril.