viernes, 28 de noviembre de 2008

Más del 70% de los argentinos considera regular o negativa la imagen de Cristina Kirchner

Casi cuatro de cada 10 argentinos evalúan negativamente la imagen de la presidenta Cristina Kirchner, según arrojó la última encuesta nacional realizada por Poliarquía Consultores. Además, la imagen positiva de la jefa del Estado, que se situó en 28%, sufrió una leve baja de dos puntos en relación a la muestra de 30 días atrás.

Así, tras 90 días de estabilidad, las adhesiones a la Presidenta volvieron a bajar casi 5%, hasta ubicarse en el 39%. Según el estudio de la consultora, menos del 6% dijo tener una muy buena imagen de Cristina Kirchner, mientras que el 23% dijo tener una imagen buena y el 32% de los entrevistados tiene una imagen regular.

Tras una baja sensible por la pelea con el campo y un leve repunte posterior que se debió entre otras cosas a la decisión de enviar al Congreso la discusión por las retenciones móviles y el cambio en el estilo de comunicación oficial, que hizo que la imagen de la mandataria se mantenga estable, durante este mes donde el Gobierno concretó la eliminación de las AFJP, su valoración volvió a caer.

"En una perspectiva de mediano plazo se observa que la imagen presidencial se encuentra estabilizada en torno al 29% tras la finalización de la crisis por el aumento de las retenciones agropecuarias", dice el estudio.

Además, el estudio destaca que la imagen de Cristina Kirchner es este mes más fuerte entre los menores de 29 años (34%), entre aquellos con instrucción secundaria (31%), y entre quienes residen en la Patagonia (46%), el NOA (36%), el Gran Buenos Aires (32%) y el Cuyo (31%). En sentido inverso, la imagen de la mandataria se deteriora entre los mayores de 50 años (26%), entre quienes tienen instrucción terciaria o superior (24%).

Durante la primera etapa de la pelea con el agro, las adhesiones a la Presidenta bajaron 27 puntos (pasaron de 47 puntos en marzo a 20 en junio) y desde entonces comenzó una suba que se mantuvo estable cerca del 30%.

La encuesta se realizó sobre una población general residente en ciudades de más de 10.000 habitantes, mayores de 18 años de edad y el tamaño de la muestra fue de 920 casos en 40 localidades de todo el país.

La Nación

martes, 18 de noviembre de 2008

Bush, bajo la mirada de Oliver Stone

Mario Diamint para La Nación

MIAMI.- Con tres películas basadas en presidentes contemporáneos, Oliver Stone se ha convertido en el preeminente cronista de las historias íntimas de la Casa Blanca. Pero a diferencia de JFK Nixon , sus anteriores producciones, W. , la película basada en la caída y ascenso (y probable caída final) de George W. Bush, es la primera en tratar de capturar dramáticamente la carrera de un presidente mientras aún se encuentra en ejercicio. El ejemplo más cercano de este tipo de inmediatez es The Queen , de Stephen Frears, con Helen Mirren en el papel de Isabel II.

Esto habla de la audacia y de los riesgos que asumió Stone. A menos que se trate de una parodia, no es fácil insuflar vida a personajes que uno puede ver por televisión en su versión original apenas deja la sala. La mente humana, como la historia, necesitan de distancia y perspectiva.

Pero para Stone la tentación era demasiado grande. Como lo explicó en una entrevista: "Los Estados Unidos se han definido en los comienzos del siglo XXI como un Estado-cowboy y Bush ha expresado, hiperbólicamente, toda la mentalidad de cowboy que el mundo atribuye a los Estados Unidos".

La película es fascinante en muchos sentidos. Josh Brolin hace una notable recreación de Bush al punto de que, por momentos, uno cree estar viendo al verdadero, y lo mismo puede decirse del resto del elenco, que incluye a Richard Dreyfuss (como Dick Cheney), Elizabeth Banks (Laura Bush), James Cromwell (George H. W. Bush), Scott Glenn (Donald Rumsfeld) y Toby Jones (Karl Rove).

Ascenso hacia el poder

La narración arranca en los años universitarios de George W., cuando no era otra cosa que un chico bien, sólo interesado en el béisbol, la cerveza, el juego y las mujeres y termina con la guerra en Irak, cuando, desconcertado, descubre que Saddam Hussein no tenía armas de destrucción masiva. Entre ambos períodos se teje una historia que recoge su prematuro resentimiento, la infructuosa búsqueda de aprobación paternal, su conversión religiosa y, finalmente, la presidencia.

Al margen de las consideraciones artísticas y el necesario cuestionamiento de la verdad histórica que surge de una película que es, en el mejor de los casos, una recreación, y en el peor, una mera invención, queda la reflexión que W. propone acerca de la naturaleza del poder y las calificaciones de quienes lo ejercen.George W. Bush nunca debió haber sido presidente del país más poderoso del planeta, del cual, en mayor o menor medida, depende el bienestar del resto del mundo. Nunca tuvo las condiciones, ni la preparación, ni el criterio ni la estatura para asumir semejante responsabilidad.

Esto lo supo su padre y lo sabe hoy el 75 por ciento de los norteamericanos que opinan que el país fue llevado en la dirección equivocada. Cuando un periodista le pregunta cuál será su lugar en la historia, Bush responde: "¿La historia? En la historia estaremos todos muertos".

La mayor virtud de Bush, según lo advierte Karl Rove, es que es la clase de persona con la que uno quisiera tomar una cerveza. El concepto se convirtió en un slogan de la campaña y ha sido resucitado una y otra vez, a pesar del decreciente número de personas deseosas de compartir una cerveza con él. Esta noción de que un presidente debe ser elegido a partir del más bajo denominador común, de que no tiene que tener otra aptitud que la de parecerse a la mayoría, puede resultar una aspiración muy democrática pero es una fórmula de desastre, como lo han demostrado estos últimos ocho años.

Pero la fascinación por la simpleza o la ignorancia disfrazada de simpleza es un arma política poderosa. Fue la que convirtió a Sarah Palin en candidata a vicepresidenta y a "Joe el plomero" en una sensación mediática. Y hay algo que conecta a Bush con "Joe el plomero". Ambos se han revelado como un fraude. Bush podía ser el cowboy con quien compartir una cerveza, pero sus políticas no estaban destinadas a beneficiar a la gente común.

"Joe el plomero", exaltado como el arquetipo del norteamericano común, terminó no siendo ni arquetipo ni plomero, sino un racista impenitente, que debe dinero de sus impuestos y practica su profesión sin licencia. La simpleza, está visto, puede a veces resultar bien complicada.