domingo, 16 de agosto de 2009

¿Que te pasa, oposición?


Por Pablo Mendelevich

No hay reunión a la que vaya, incluso alguna reunión social, en la que no me digan eso; la verdad, ya estoy podrido de escucharlo." Al hombre el asunto lo agobia. El cronista acaba de preguntarle si no le parece que la oposición está como atolondrada, dispersa, fragmentada, mientras se le diluye día tras día la fuerza que extrajo de las urnas el 28 de junio. Claro, la suya no es la catarsis de un vendedor de autos, un obstetra o un pastor evangelista. Se trata de uno de los políticos opositores más importantes del país. "Le reconozco que mucha gente se queja de la oposición, pero no sé qué quieren que hagamos."

Hoy se cumplen 49 días del pronunciamiento de veinte millones de almas en el cuarto oscuro. Pero, raro país, todavía faltan 116 días para que ese pronunciamiento se efectivice. O por lo menos para que los representantes elegidos en aquellos comicios legislativos que el Gobierno planteó en formato plebiscitario pongan sus frescas asentaderas en las bancas. Que la Argentina tenga durante seis meses dos congresos -el viejo en la cancha, el nuevo en el banco- es una anormalidad, conviene recordarlo, derivada del adelanto electoral que dispusieron por unanimidad los dos Kirchner. La crisis mundial desaconsejaba, según su sabio entender, votar en octubre. Eso dijeron. El detalle de que se anticipaban las elecciones pero no las asunciones parecía en el otoño un mero efecto secundario de la medicina, cuestión insignificante, claro, frente a un mundo que se caía.

Sin embargo, ahora que transitamos por el período en el que la voluntad del electorado quedó desacoplada de la composición del Congreso y ahora que se ve que la Torre Eiffel, la Gran Muralla y hasta Wall Street, bien o mal, siguen allí, el panorama es sorprendente: el Gobierno conserva la iniciativa y los opositores, que tanto champagne gastaron la noche del domingo 28, van detrás. Sobran ejemplos en la semana que pasó. En pleno diálogo político la oposición se enteró por tevé de la estatización del fútbol -si no la medida más popular del año, la más populista-, viene de conseguir menos diputados que antes para oponerse al refill(rellenado del vaso en restaurantes americanos) de la delegación de poderes y ni siquiera pudo golpearse mucho el pecho cuando el Gobierno frenó, precariamente, el tarifazo. Es un secreto a gritos en el mundillo político que la marcha atrás con el tarifazo se debió antes a la rebelión de los diputados propios que a la prédica de los opositores. Hasta el durísimo documento que el jueves dio a conocer la UCR dando por terminado el diálogo pareció casi una sobreactuación obligada por las circunstancias: la evidencia de que mientras invitaba cortésmente a dialogar, el Gobierno en el Congreso mostraba hasta qué punto está dispuesto a dar su batalla.

Espacios vacantes

"El verdadero cuadro opositor se va a plantear a partir del 10 de diciembre", dice Francisco de Narváez, el neoperonista que siete semanas atrás emergía como principal vencedor de los comicios nacionales, tras haberle ganado en el principal distrito al principal de los Kirchner. ¿Usted no cree que su repliegue personal, máxime después de haber sido en la campaña un intenso protagonista mediático, contribuyó a dejar un espacio vacante que el oficialismo ocupó con astucia?, pregunta el cronista. De Narváez responde que quiso ser prudente para no adoptar una posición triunfalista y niega que la recuperación de la iniciativa oficial sea per se un dato positivo ("Va a generar más rechazo en la sociedad, que votó contra esa forma de gobierno en la que ellos insisten"). Critica, en particular, la estatización del fútbol por lo que significa la ruptura de contratos entre privados, pero, en cuanto a su propio liderazgo, casi admite no tener suficiente vigor, al menos ahora, para salirle al cruce al Gobierno en forma eficaz. ¿Insuficiencia de recursos políticos o demasiada plancha? Miembro del bloque Unión Celeste y Blanca que integra el interbloque del Pro, De Narváez no habló en ninguno de los dos recientes debates fundamentales que hubo en el recinto, en los que se trataron la emergencia agropecuaria y la delegación de poderes al Ejecutivo.

El otro gran guardado, se sabe, es Carlos Reutemann, quien entiende que cuando "el peronismo es un terremoto", según él mismo diagnosticó hace tres semanas, no se recomienda salir a recoger heridos: hay que esperar. Es una disciplina que Reutemann practica con éxito, si se considera que él es el político peronista que más tiempo lleva con imagen positiva sostenida, algo así como un impoluto líder nacional permanente del futuro. La senadora Roxana Latorre, su álter ego, insiste en que el Lole no va a largar su candidatura presidencial este año porque la ciudadanía está preocupada por otras cuestiones, como la supervivencia cotidiana. Son los dirigentes, explica, los que tienen apuro. Ante la pregunta de si Reutemann, como inminente candidato presidencial favorito, no está hoy demasiado al margen de los grandes temas que se discuten en el país, Latorre dice que él siempre manejó bien los tiempos. Y en eso tiene razón. Aunque nadie imagina cómo seguiría funcionando el legendario laconismo de Reutemann en la hipótesis de que, el peronismo primero y la ciudadanía, después, lo conviertan en sucesor de Cristina Kirchner.

Anabólicos

De Narváez y Reutemann, también Cobos, derrotaron al oficialismo en sus respectivas provincias, aunque a nivel nacional, como se sabe, quien sumó más votos -no más bancas- fue el kirchnerismo, seguido por el Acuerdo Cívico de Lilita Carrió, si bien Kirchner y Carrió perdieron donde se presentaron, pese a lo cual ambos serán los dos nuevos diputados más rutilantes de la cámara. ¡Qué embrollo! Quizá no sea apropiado decir que en la Argentina el sistema político es muy complicado o que las prácticas políticas están llenas de contradicciones: lo correcto, probablemente, sea decir que ambas cosas suceden yuxtapuestas.

Los teóricos advierten que el nuestro es un sistema que promueve representaciones plurales. Para ello, los distintos partidos (bueno, "espacios") expresan cosas diferentes. Pero para ganarle una votación legislativa al Gobierno, que hoy es primera minoría (y lo seguirá siendo en diciembre), deben unirse sin desflecarse, lo que no sucede, porque un sector volátil, el de aliados ocasionales, termina funcionando como anabólico para el bloque oficialista. Ese, por cierto, es el sector con el que el Gobierno más negocia, según lo prueban las concesiones que le hizo en la reciente prórroga de delegación de poderes, que le prodigó al oficialismo una victoria de 136 votos a 100. Oh, casualidad, 136 votos consiguió el Gobierno para adelantar las elecciones, huelga decir que antes de su derrota electoral. También 136 fueron los votos con los que la Cámara de Diputados aprobó el año pasado la ley de emergencia económica. En cuanto a la oposición, desmejoró un poco, si se observa que en marzo último, cuando intentó bajar las retenciones mediante una sesión especial, juntó 103 diputados.

Los magros 100 de la madrugada del jueves pasado fueron consecuencia, en parte, de que hubo 7 abstenciones, pero más aún de la recuperación para la causa oficialista de viejos amigos despechados, que acaso se rindieron al argumento de preservar la gobernabilidad, lo que hacía desaconsejable reponerle al Congreso la facultad de determinar el nivel de retenciones. Aunque hubo algo más: el oficialismo repite que la debilidad del Gobierno -en privado admitida sin cortapisas- tonifica a las corporaciones. Según su visión, la corporación del campo, la de los abogados (en lenguaje kirchnerista, esto se refiere al Consejo de la Magistratura) o de las empresas mediáticas implanta mecanismos extorsivos e intenta suplantar a la política, una advertencia rendidora entre diputados de izquierda. Acaso por error estratégico de una parte de la oposición, la delegación de facultades quedó pegada con una automática rebaja a las retenciones de la soja que arbitraría el Congreso. Luego, Agustín Rossi, el negociador que ya había probado su destreza cuando la 125 sorteó la Cámara baja, consiguió conservar sus marcas estándar para aprobación de leyes difíciles.

En rigor, no hay una oposición. Como dice Margarita Stolbizer a LA NACION, lo que hay es un arco opositor. Stolbizer, protagonista de una resonante disputa doméstica con Elisa Carrió, lo que sumó un ejemplo contundente de lo fácil que se agrietan las asociaciones opositoras, analiza: "Liderazgos existen, lo que pasa es que son incompletos". Se refiere a Carrió, pero también a Cobos, y a Hermes Binner. En coincidencia con De Narváez, la dirigente del GEN dice que el Gobierno está muy golpeado y que no le parece que lo sucedido con el fútbol o con la delegación de poderes signifique un reposicionamiento oficialista sustancial.

Extendida la costumbre de no esconder las divergencias, casi nadie discute ya la fragilidad de las dos alianzas organizadas ad hoc para las últimas elecciones, la peronista y la no peronista, cuyo leitmotiv sonaba parejo: "Lo importante no es ganar, sino que el Gobierno pierda".

La alianza de Solá-Macri-De Narváez responde a la subclasificación peronistas contra peronistas, un galimatías que suele atormentar a los observadores extranjeros, pero que no resulta nada extravagante para los nativos. Esa alianza boya en una ambigua relación de pertenencia con el Partido Justicialista, hoy intrusado por Kirchner, según la visión del experto Eduardo Duhalde.

Ganadores y perdedores

Siete semanas después parece tener vigencia la pregunta de quién ganó las elecciones. La formulan unos y otros con variado apego a la ironía. Un miembro del Gobierno, que pide no ser mencionado, dice: "La falta de liderazgo nítido en la oposición se debe a que estas elecciones no arrojaron un ganador sino un perdedor, Kirchner, quien sin embargo tiene gran audacia, mucha información y, con el asunto del fútbol, le encontró el agujero al mate".

Ernesto Sanz, el mendocino que conduce a los senadores radicales, asegura que no hay forma de traducir el resultado electoral -sobreentiende que ganó la oposición- mientras no haya recambio de bancas. Su partido pegó un portazo virtual el jueves: concluyó, enojado, que el diálogo político había sido inútil. Tardía sintonía con la intransigente Carrió, quien hoy recuerda con amargura las cosas que le decían en la calle cuando se negó a ir a la Rosada. El ministro Florencio Randazzo se mostró sorprendido por la airada reacción radical carente de gradualismo, pero apegado como está al dialoguismo zen conservó las buenas maneras. Como si nada, llamó a otra ronda. El Gobierno todavía no descubrió que, llegado el caso, tiene un argumento lapidario para responder a quienes le critican su diálogo: entre sí, los diferentes opositores tienen un diálogo escaso, nada sistemático, cuando no son citas meramente gestuales, de esas que le dan trabajo a los fotógrafos.

Falta un siglo, en términos de política argentina, para el esperado 10 de diciembre. Otro siglo pasó ya desde el 28 de junio: la primera semana postelectoral se hablaba del riesgo de que a la oposición se le diera por cogobernar desde el Congreso. Se decía que podía "voltearle" -ése era el verbo en boga- las retenciones, los superpoderes y unas cuantas cosas más al Ejecutivo. Y se sostenía que el dilema central opositor era sostener la gobernabilidad tragando sapos o plantar las propias verdades frente a un kirchnerismo derrotado. Pero alguien se extravió en el camino: el kirchnerismo derrotado. Esperan hallarlo el 10 de diciembre.

Fuente: La Nación