martes, 17 de junio de 2008

Cuando todo se mezcla, pero algo queda en claro


Acallados por ahora, los ruidos de las furiosas cacerolas, podemos identificar un fenómeno que se viene dando en la Argentina de los últimos días.
Además, este fenómeno se cristaliza inclusive en los medios de comunicación que a estas alturas ya no saben que poner de titular en sus placas.
Si el paro es de los ruralistas, o de los transportistas, o de ambos. Si los que cortan las rutas son los ruralistas o los transportistas o los pueblos. La primera verdad que podemos vislumbrar es que el panorama, vaya contradicción, es poco claro.
Sumado a esta falta de claridad sobre quién es quién, se suma la idea de quién pelea por qué cosa. Si los ruralistas pelan por las retenciones, por las economías regionales, por la leche, por la carne, ó por un país más federal con descentralización de la billetera y con mayor autonomía para los gobernadores e intendentes. Quizás por todo eso, o quizás para sumar argumentos con el objetivo de legitimar su reclamo sobre las retenciones. La verdad es que todo sigue siendo poco claro.
A todo esto, los transportistas están y no están con el campo. Están porque creen (sino todos, al menos, una buena parte) que el reclamo es legítimo y el gobierno se excedió en las retenciones. No están porque, por culpa de su paro, los transportistas alegan que no tienen trabajo y están sufriendo las consecuencias. A estas alturas se puede imaginar el serio problema en el que se encuentra el asistente de un noticioso que tienen que colocar el epígrafe a una nota.
Todo esto por el lado de los sectores que reclaman. Sin embargo, por el lado del Gobierno, los enchastres ideológicos y de percepciones sobre los sectores no hacen sino colaborar con la confusión general sobre el conflicto. Si De Angeli es un golpista, porque sale diciendo que quiere que Cristina finalice su mandato y pidiendo paz en las protestas. Porque si Aníbal y Alberto Fernández salen a manifestar que si la gendarmería debiese actuar, lo hará sin violencia, después las imágenes nos devuelven espaldas moradas de golpes de bastones. Porque si es una supuesta luchas de ricos contra pobres, hay gente humilde que pelea a favor del campo y gente de buen pasar económico apoyando al Gobierno. A pesar de ser repetitivo, afirmo que todo sigue siendo poco claro.

Ahora bien, en lo personal, creo que algo es claro. Argentina es un país joven que está empezando a crecer en lo que comúnmente se conoce como institucionalidad. Los cacerolazos, más allá de apoyar a uno u otro sector, pusieron en agenda una cuestión central en la definición de un país: La limitación en el uso del poder y la necesidad de resolver las diferencias en un marco de diálogo institucionalizado. El reclamo generalizado, más allá de ciertas particularidades, fue diferente al de 2001 en este sentido. La idea no era que Cristina se fuese o que todos se fuesen, sino el diálogo. El diálogo como constructor de futuro, el diálogo como posibilidad de consensuar disensos. El basta a una forma de ejercer el poder y de resolver conflictos.
Todos estos no son sino síntomas que nos hacen ver que hemos pasado de una etapa de niñez que, tal cual niño caprichoso, cambiábamos de gobierno durante todo el siglo 20, bien ahora entramos a la adolescencia, donde pedimos explicaciones por todo y el argumento debe ser racional y sin arbitrariedades. En palabras de una psicopedagoga, el adolescente no tolera las injusticias.
Esperemos que sigamos creciendo, sin violencia y entendiendo que el diálogo y sólo el diálogo es lo que permite crecer.

Daniel Roura