miércoles, 12 de agosto de 1998

El país que se viene

Si yo fuera presidente...
Por Domingo F. Cavallo
En estos días algunos políticos se desgarran las vestiduras para expresar su acuerdo o desacuerdo con el llamado "modelo". Es lógico: estamos entrando en campaña electoral y cada cual quiere sacar ventaja según su mirada o especulación.
Con la serenidad de saber que he sido uno de los protagonistas de este formidable cambio que vivió nuestro país en materia económica en los últimos años, me animo a decir, con respeto, que se trata de una discusión abstracta. Y acaso trivial, cuando estamos a las puertas de decidir quién va a gobernar la Argentina del siglo XXI.
Los argentinos tenemos cierta predisposición al dramatismo. Por eso, pienso que es necesario insistir en que, con dolor, voluntad y esfuerzo, estamos llegando al fin de siglo con un consenso sólido. Para que la Argentina fuera viable como país independiente y soberano en un mundo globalizado, era imprescindible contar con una democracia firme y una economía estable. Y lo logramos.
Pero estos años también sirvieron para llegar a un diagnóstico común. Nos demostramos a nosotros mismos que la estabilidad era posible, aunque en el camino tuvimos que aprender, muchas veces con estupor, que estábamos rodeados de monopolios con oscuros intereses en el poder y que la corrupción no era una mera anécdota para contar en mesas de café. Era necesario correr el velo de la impunidad. Y esto también lo logramos.
Libertad y autonomía
Sobre estas bases es que quiero esbozar al menos algunas respuestas acerca de qué país necesitamos los argentinos para vivir mejor, más que delinear un perfil de cómo debe ser el próximo presidente.
Y, en este sentido, es imprescindible que no nos engañemos. Ni la ciencia económica resuelve todos los problemas, ni las promesas exageradas que muchas veces se hacen en las campañas electorales sirven ya para una Argentina que tiene todas las posibilidades de dar el gran salto hacia el futuro.
Todos conocemos los males que nos aquejan y que no son ajenos a lo que sucede en el resto del mundo: la desocupación casi como un mal endémico, la educación en crisis, los sistemas de salud cada vez menos interesados en el bienestar de la gente concreta y la inseguridad física frente a una realidad cada vez más violenta y, a veces, hasta irracional. Este cuadro de situación me lleva a formular una primera e íntima convicción: el próximo presidente no podrá ser un improvisado dirigente que prometa imposibles y especule con las necesidades urgentes de la sociedad.
El país que se viene y los dirigentes que lo encarnen deben creer, en serio y sin demagogias, en una verdad que muchas veces sólo se declama: lo mejor que tenemos en la Argentina es la gente y su creatividad.
Creo sincera y cabalmente en esta idea y estoy convencido de que el próximo presidente de los argentinos tiene una casi exclusiva y central responsabilidad: abrir las puertas para que la ciudadanía pueda expresar con creatividad, en el día a día y no sólo en el momento de votar, el país que nos merecemos. Por eso, el próximo jefe de Estado tiene que ser el gran organizador de la libertad y la autonomía de la sociedad; ser el garante de la reconstrucción del tejido de una sociedad civil que, desdichadamente, a lo largo de nuestra historia fue débil frente a las corporaciones.
De abajo para arriba
En la Argentina siempre se pensaron las soluciones de arriba para abajo. De arriba venían los planes, los proyectos y las obras. Con muchas normas y reglamentaciones. Atravesando una burocracia ineficiente y una corrupción estructural que se quedaba con no menos del 40 por ciento de los recursos que se destinaban a la sociedad. A nadie le interesaba pensar si verdaderamente se satisfacían las necesidades reales de la gente. Eso es lo antiguo y no dio resultado.
Necesitamos un país que marche hacia la descentralización integral, que no significa otra cosa que fortalecer el poder del propio ciudadano, sea en sus organizaciones espontáneas, en los municipios o en las provincias. Porque el Estado no tiene que apoyar a las corporaciones. Debe apoyar directamente a la gente. Deben ser los ciudadanos quienes reciban los fondos para mejorar la escuela, el hospital o la comisaría. Porque sólo la gente garantiza un control directo sobre la gestión.
Por eso es imprescindible abrirse a la creatividad de los ciudadanos y abolir tantas normas que nos han impedido crecer. Como en el caso de las pequeñas y medianas empresas, las únicas hoy capaces de generar empleo en gran escala, pero que actualmente se ven condenadas a un régimen perverso: no tienen acceso al crédito y, si lo tienen, es carísimo. Es por eso, también, que hay que cambiar la legislación y hacer leyes que se pueden cumplir, y no leyes que haya que eludir. Lamentablemente, en la Argentina se ha legislado mucho para las grandes corporaciones, sean empresarias o sindicales. Y así es como la iniciativa de los argentinos fue reprimida y amansada.
El próximo presidente tiene ese desafío en las manos. Abandonar las retóricas aburridas, las discusiones abstractas y el chicaneo político. Tiene que hablar menos y hacer más. Para construir un país en libertad que permita expresar y desarrollar la creatividad de su gente.
El autor es diputado nacional (Acción por la República).

Lo que espera la gente

Si yo fuera presidente...
Por Graciela Fernández Meijide
Con el cambio de gobierno se abrirán grandes posibilidades para nuestro país. La estabilidad política y económica y el contexto internacional juegan en favor de un desarrollo productivo y social como no hemos visto desde hace décadas en la región y en la Argentina. Y a partir de 1999 se removerá un obstáculo que hoy está impidiendo aprovechar plenamente estas posibilidades: la mala administración, que se expresa en la baja calidad de las políticas públicas y de los servicios que presta el Estado (o directamente su ausencia) y la incapacidad del actual gobierno para revertir esta situación y generar condiciones para que la gente pueda educarse, pueda recurrir a la Justicia en defensa de sus derechos, pueda acceder a empleos de calidad y bien pagos, para que nuestros productos encuentren mercados y puedan competir con éxito en el comercio internacional.
El gran desafío que tenemos por delante como nación es modificar de raíz esta situación y construir un buen gobierno, que termine con la corrupción, que haga un uso transparente de los recursos públicos, desarrolle eficientes políticas de estímulo al empleo y las exportaciones y preste buenos servicios de educación, salud, seguridad y justicia.
El actual gobierno cree que la concentración de la riqueza y la debilidad del Estado son los dos pilares de una economía de mercado. Y ante las consecuencias evidentes de su política se debate entre recetar "más de lo mismo" y agregar una "pata social" a esta receta. La experiencia de todas las naciones desarrolladas muestra que este camino es equivocado, que para crear mercados competitivos y eficientes son necesarias instituciones públicas y de gobierno también eficientes. Para peor, al haberse deteriorado las instituciones durante estos años, se instalaron niveles alarmantes de corrupción y exclusión.
En cada pueblo que visito, la gente me dice que se siente abandonada y humillada, que no se la tiene en cuenta, que los gobernantes se ocupan de sus propios intereses.
¿Cómo hacer valer los derechos y los intereses de la inmensa mayoría de los argentinos que no se resignan a ser considerados ciudadanos de segunda? No voy a prometerles que todos los problemas se van a resolver de la noche a la mañana. Sí me comprometo, si soy presidenta, a convocar a las mujeres y hombres más capaces, sin importar las banderías, con el solo requisito de que sean honestos y estén comprometidos con cambiar las cosas, para hacer un buen gobierno que trabaje para todos.
Defender el bien común
Un buen gobierno es la clave para lograr la competitividad que el mundo contemporáneo exige. Con él podremos revertir la exclusión de un número creciente de argentinos, la concentración del ingreso, la primarización de nuestra economía y la desconfianza de los inversores y los ciudadanos en general respecto de la estabilidad de las reglas de juego y el cumplimiento de la ley igual para todos. Un buen gobierno podrá mejorar la calidad de la educación pública y privada, para que vuelva a ser un instrumento de inclusión y de ascenso social, y los hijos no estén condenados a tener una expectativa de vida igual o peor que la de sus padres. Un buen gobierno podrá derrotar el desempleo, sin crear roles clientelares y falsas soluciones, promoviendo la generación de empleos de calidad y bien pagos.
El futuro gobierno deberá crear amplios consensos y enfrentar las resistencias de los que hoy se benefician de la corrupción y los negocios con ganancias garantizadas por mercados monopólicos u oligopólicos. Deberá actuar con firmeza y convicción para reconstruir la capacidad del Estado de defender el bien común. Porque es tiempo de que haya un gobierno para todos. Este es el objetivo de la Alianza y es mi compromiso personal.
La autora es diputada nacional (Alianza).
Fuente: La Nación