martes, 2 de junio de 2009

Beatriz Sarlo: "Los políticos también son humanos"

Cuando se discutió en la Casa Blanca sobre el tipo de perro que recibirían de regalo las hijas de Obama, alguien podía legítimamente preocuparse por el destino del perro que los Obama sin duda poseían en su casa de Hyde Park, donde habían vivido hasta poco antes. ¿O quizá no tenían perro?, aunque es raro que no lo tuvieran, porque todos tienen perro en ese barrio de Chicago. Las niñas Obama son las más jóvenes hijas presidenciales en la Casa Blanca, como lo fueron los hijos de Tony Blair en Downing St.; allí crecieron y, de vez en cuando, se emborracharon durante los años en que su padre fue primer ministro de Gran Bretaña. Cuando Sarkozy se casó con Carla Bruni, hasta el diario de izquierda Libération le hizo un reportaje a la nueva primera dama, creyendo, con infundado optimismo, que sería diferente del de los otros medios.

Se conoce la familia de los políticos porque ella forma parte de su capital. Sólo François Mitterrand mantuvo hasta su muerte un casi absoluto secreto sobre su intimidad, aunque de todos modos, en el tramo final, se hizo público lo que muchos periodistas sabían: la existencia de Mazarine, su hija extramatrimonial. Como sea, Mitterrand era un político a la vieja usanza.

La humanización de la política es ineluctable porque la política debe resolver cuestiones cada vez más complejas y, por lo tanto, más difíciles de explicar en cinco minutos. Sólo los grandes dirigentes tienen el talento de comunicar cuestiones enrevesadas con términos simples pero no elementales. También es ineluctable porque los ciudadanos, a quienes los políticos no creen capaces de entender problemas que a ellos mismos les ha costado bastante manejar, respiran en una atmósfera audiovisual de baja densidad de ideas.

Hay excepciones. Cristina Kirchner se enorgullece de sus frases bien construidas y de su oratoria densa. En su discurso inaugural como presidenta no llevó un plan de exposición; dejó admirado a un público que pasó por alto que llevar un plan de exposición escrito no es signo de falta de ideas ni de incapacidad para formularlas, sino costumbre respetada, en general, por los grandes oradores y los mejores conferencistas. De todos modos, hasta ahora, Cristina Kirchner se presentó como una política capaz de hablar bien y extensamente.

Su lado subjetivo, sin embargo, estaba ausente, salvo en dos dimensiones: la imagen visual, cuidada tan detalladamente como el discurso, y la repetición de que "a las mujeres todo nos cuesta mucho más", tema clásico del feminismo desde hace más de medio siglo y, por lo tanto, tan indiscutible como suelen serlo esas verdades que se imponen por repetición y por experiencia. Incluso, si en algún caso la experiencia contradice la repetición, es la repetición la que gana, ya que a Cristina Fernández no le costó más que a su marido llegar a la presidencia, sino bastante menos. El gesto patriarcal con el que su marido la eligió como sucesora se fortaleció por el respeto que la entonces mujer del presidente recibía por mérito propio.

Sin embargo, en estas semanas de campaña electoral, salieron a la luz rasgos de la vida privada de la Presidenta que no quiso ser menos que Francisco de Narváez (de quien se hablará enseguida). Un reportaje malo que transmitió Telefé obtuvo la mitad del rating de "Gran Cuñado", lo cual indica que se puede ganar rating con productos que no sean mucho mejores que aquellos que lo pierden.

Soledad Silveyra, toda vestida de negro como si asistiera a un entierro o a un estreno, dialogó con la Presidenta en el despacho de la Casa de Gobierno. Sería entrar en detalles secundarios referirse a unas cámaras que encontraban invariablemente el reflejo de los focos de iluminación en todos los vidrios por los que pasearan su objetivo. No tiene mucha importancia y, si resultaba raro que un gran canal de televisión cometiera esos errores, de todos modos lo más sorprendente fue el error mayor de entregar la entrevista de la presidenta de la república, que no es generosa con el tiempo ofrecido a la prensa, a alguien que no está preparado para sacarle provecho a la distinción.

Y esto no es culpa de Soledad Silveyra, ya que ella leía unos papeles que tenía por delante. Por lo tanto, si leía eso, bien podría haber leído cualquier otra pregunta más inteligente que se le hubiera puesto ante los ojos. Se dirá que la Presidenta aceptó ese reportaje con la condición de que se le hicieran preguntas irrelevantes, porque se trataba de un "retrato en la intimidad". Pero ¿quién dijo que la intimidad es irrelevante? Imposible creer que piense así alguien tan consciente de los "problemas de género" como la Presidenta.

Entonces, habría que haber reflexionado un poco sobre qué significa intimidad e inventar preguntas que fueran menos superficiales. Doy ejemplos sencillos de lo que se podría haber preguntado: ¿cuáles fueron sus ideas para educar a sus hijos y cómo la realidad y la experiencia la condujeron a mantenerlas o cambiarlas?, ¿según qué criterios eligió la escuela donde envió a su hija cuando la familia se trasladó a Buenos Aires?, ¿cuáles son los personajes, aparte de Perón y Eva Perón, que más le interesaron en su juventud?, ¿cuál fue el primer libro que leyó y quién se lo dio o cómo llegó a él?, ¿cuál fue la película que más la impresionó en la misma época? ¿por qué, como simples turistas, ella y su marido viajaron sólo a Estados Unidos antes de devenir pareja presidencial?, ¿a qué atribuye su preocupación por la ropa, el peinado y el maquillaje, que nunca oculta? ¿es cierto que está siempre a régimen? La lista es infinita y puede consultarse en el archivo de cualquier revista que reportee a famosos en la intimidad.

Si se trataba de un retrato íntimo, no era necesario que fuera un retrato ciego, cuya mayor indiscreción fue una pregunta que no se les hace a los Obama ni se le hizo al matrimonio Sarkozy. Textualmente: "Néstor y usted ¿se acarician?". El hecho de que dos mujeres se sienten al escritorio del despacho presidencial y una de ellas formule esta pregunta a la otra marca un despiste que podría haber sido reparado cuando el reportaje se editó. No nos enteramos de nada significativo sobre Cristina Kirchner (quizá la única verdad fue que mandó a los gritos a que se desconectara la computadora de su hija), pero fuimos espectadores de un traslado vertiginoso desde las once de la noche, hora en que se emitía el programa, a la media tarde de unmagazine femenino. Contra lo que pueda creerse, es necesario un gran periodista para sacar a la intimidad de su trivialidad sin convertirla en el imposible confesionario de una presidenta. La intimidad no es lo más fácil, sino lo más difícil.

Pero el hecho de que el publicitado reportaje no haya rozado la subjetividad prometida no oculta el hambre de intimidad que acompaña a todas las figuras públicas. Hay que reconocer a los Kirchner el mérito de que fueron siempre poco efusivos en la transmisión de sus relaciones privadas. Se piensan como una sociedad política y así se presentaron durante años. Trajeron alivio al diferenciarse de las efusiones de Carlos Menem, que echó a su esposa de Olivos haciendo que su edecán le pusiera las valijas en la vereda, prácticamente ante los ojos del periodismo, y luego convirtió a su hija en impensada y desconcertante primera dama.

Pero el hambre de intimidad es un rasgo de época. Francisco de Narváez se presenta en uno de sus avisos de la previa (dado que se emitieron antes de los de la campaña legalmente definida) como un hombre de familia, padre de cinco hijos y con otro en camino. Nada que interese para conocer más a este ex casi desconocido que, de la noche a la mañana, se ha convertido en famoso.

En ese mismo aviso, el cuello abierto de la camisa muestra el también famoso tatuaje, de muy buen diseño pop-oriental, del que si De Narváez quisiera prescindir lo hubiera hecho, ya que todo el mundo sabe que los tatuajes son borrables. Sin embargo, allí está el tatuaje, para demostrar dos cosas: en primer lugar, que a De Narváez le gusta y no está dispuesto a sacrificar esa decoración que lo aproxima a la cultura juvenil; en segundo lugar, y en una dimensión simbólica, que es un hombre que no oculta las huellas de su pasado; en el mismo registro, puesto que todo es parte del pasado, se refiere a un intento de suicidio con desparpajo y sin histeria: como si dijera "Yo estuve allí".

La intimidad de Francisco de Narváez, el menos común de los hombres, porque los multimillonarios son hombres excepcionales, busca parecerse a la de todos. Y en ese sentido, es funcional a una torsión populista de la política, que no tiene que ver con los contenidos ideológicos sino con la ilusión de pertenencia al mismo mundo cotidiano de sus eventuales votantes. En efecto, ser padre de seis hijos sólo sucede, según la demografía, a un grupo tradicional de familias acomodadas y a muchísimos de los pobres del conurbano bonaerense. La intimidad mostrada, de modo mucho más profesional que la que transmitió el reportaje a la Presidenta, es funcional a la política. Puro valor agregado.

De lo que se trata es de no ser confundido con las elites políticas en un país y en una época en que la idea misma de elite está en crisis. Vivimos el fin de la identificación política basada en ideas y proyectos, sustentados por partidos que tienen dirigentes elegidos por sus militantes y líneas internas separadas no sólo por la ambición personal, sino también por la competencia de ideas.

Hoy, por todos lados, se intenta el establecimiento de una comunidad afectiva imaginaria. Twitter lo es y políticos como Obama la han usado con astucia no por la razón demasiado simple de que, al ser jóvenes, comprenden sus reglas, sino porque, más que las sencillas reglas de Twitter, comprendieron ese valor de proximidad virtual.

Raro imaginar a Néstor Kirchner en Twitter, aunque nada es imposible, sobre todo porque con un empleado y una computadora podría estar allí. Pero lo cierto es que se ha humanizado de modo más tradicional, besando vecinas, viejas y niños.

Fuente: La Nación

Kirchner: otro tono y el mismo discurso

Néstor Kirchner cambió sustancialmente el tono de sus discursos. Nadie sabe exactamente si por recomendación o no de sus asesores de imagen pero lo cierto es que el ex presidente ya no utiliza un mensaje encendido, evita los gritos y habla pausado, casi en voz baja cuando sale de recorrida electoral. Así se lo vio en el acto de Cañuelas donde cuestionó con dureza al campo por las agresiones que hicieron a diferentes dirigentes del kirchnerismo. Utilizó un tono apto para un sermón religioso pero las frases que pronunció no ayudarán a pacificar los ánimos: "Algunos cambiaron tanques por tractores", dijo.

Luego, con el mismo tono pausado y monocorde vinculó al titular de la Sociedad Rural, Hugo Biolcati, con "el discurso" de la última dictadura" y añadió que "cuesta creer que tres o cuatro inadaptados lo agredan a Daniel Scioli; con todo lo que se ha hecho".

A estas alturas ya nadie duda, y así lo han hecho público opositores y ruralistas, que las agresiones que recibieron tanto el gobernador Scioli como el diputado santafecino Agustín Rossi, o cualquier otro escrache que exista resulta repudiable. Cualquier tipo de agresión física o verbal es inaceptable y opera en contra de la vida democrática de un país. La misma regla le cabe a los escarches que grupos piqueteros o de izquierda alineados al Gobierno hicieron en otros tiempos contra militares o productores agropecuarios de soja en virtud de defender el modelo oficial.

Pero lejos de apaciguar los caldeados ánimos de los ruralistas las palabras de Kirchner enardecieron a los hombres del agro. Comparar los tanques con los tractores excede toda lógica y contexto histórico. El tono calmo y pacífico con que se pronunciaron estas palabras aparentó mostrar desde el atril proselitista a un Kirchner diferente: más reflexivo y pausado. Pero la vehemencia de las palabras no coincide en nada con las formas. Ya no hay actos multitudinarios con Kirchner arremetiendo duro y a los gritos o levantando el puño. Ahora hay charlas cerradas, con pocos bombos de militantes y un tono pausado. Aunque las palabras son las de siempre: aquellas que encierran la provocación permanente.

Según aseguran los allegados a Scioli, el gobernador bonaerense se sorprendió con las palabras de Kirchner cuando compartían el acto de Cañuelas. Scioli está dispuesto a regresar a Lobería este miércoles, al mismo lugar donde recibió agresiones de un grupo de ruralistas hace una semana. Tiene pensado ir sin custodia policial e incluso con la idea de dialogar con los hombres de campo. Pero Kirchner no parece haberle ayudado demasiado si tenía prevista esta estrategia pacificadora.

Por más tono pausado, casi sobreactuado, que impone Kirchner, si las expresiones no van acompañadas de gestos de tranquilidad y distensión el enfrentamiento campo-Gobierno irá creciendo. El mismo Rossi comentó hace unos días que los ánimos de ambos lados están muy exaltados y que se deberían poner paños frios para evitar un choque de fuerzas.

La Mesa de Enlace se reunirá en las próximas horas para definir si emite o no un comunicado oficial de repudio a las agresiones de ruralistas como pide Kirchner. Hasta antes de que hablara el ex presidente, había cierto consenso en que se emita un gesto de distensión para evitar que los hombres de campo sigan con las agresiones. Aunque había también coincidencias en requerir una respuesta del Gobierno ante los reclamos del campo. Pero el mensaje del ex presidente fue como nafta al fuego y nadie sabe ahora si habrá un comunicado oficial de las cuatro entidades para repudiar los escraches.

El tono de Kirchner no cambio el fondo. Los silencios y pausas del discurso del ex presidente seguirán siendo pura teatralización si no hay palabras que transmitan serenidad y vocación real por desterrar una antinomia social que cada vez se hace más profunda.

Martín Dinatale

Fuente: La Nación