martes, 20 de enero de 2009

La asunción de Obama

Por qué lloró mi abuela por Obama
El martes 20 de enero de 2009, dos millones de almas frente al Capitolio de los Estados Unidos y  varios de millones más a lo largo y ancho del mundo fueron testigos de un suceso histórico: Un muchacho que promedia los 40, de tez negra, de padre keniata y madre estadounidense, casado con una abogada egresada de Harvard y con la cual tiene dos hijas, juraba como el Presidente número 44 de ese país, con una mano sobre la biblia de Lincoln, frente al presidente de la Corte Suprema de los Estados Unidos de América y bajo la atenta mirada, que lo custodiaba, de la quien dijo es, su compañera de vida.

Hasta aquí no he contado nada nuevo, nada que el resto del mundo no sepa o no haya sido testigo gracias a los inagotables recursos que la tecnología nos ha brindado.

Ahora bien,  de lo que el mundo no fue testigo, lo que no pudieron presenciar dos millones de almas al frente del Capitolio y muchas millones más a lo largo y ancho del mundo, fueron las lágrimas derramadas por mi abuela, cuyo culpable  fue ese muchacho de tez negra que promedia los cuarenta y que en ese preciso momento estaba jurando sobre la biblia de Lincoln.

Tuve el privilegio de ser el único testigo de ese acto, de esas lágrimas, que  resultan inmejorable evidencia que la naturaleza humana y los sentimientos humanos no reconocen fronteras, idiomas, himnos o banderas.

Que me perdone mi antecesora, pero voy a cometer una infidencia. Ella no comprende absolutamente nada de política internacional, le resultan completamente ajenos las cuestiones de la diplomacia ó los organismos internacionales. Par ella, reitero, éste es un mundo enteramente extraño. La pregunta surge entonces ¿Por qué lloró mi abuela por Obama? La respuesta es compleja y sencilla a la vez. Llora por el sencillo motivo de sentirse identificada con lo que representa Obama para el estadounidense, de clase media y baja, que lo vio jurar soportando estoicamente el frío de Washington: la esperanza y la creencia que este mundo se puede mejorar.

Ahora es donde aparece la parte compleja de la respuesta. Los hacedores de la campaña monumental que culminó en las elecciones del 4 de noviembre de 2008 con Barack Hussein Obama como  Presidente electo de los Estados Unidos, tuvieron la virtud de lograr convertir a ese afroamericano en un envase en cuyo interior se encuentran sentimientos que tocan la fibra más íntima del ser humano.

Queda claro que Obama no es Obama, sino las expectativas de una sociedad y un planeta enfrascadas en un solo Hombre,  que carga sobre sus hombros con el peso de ser quien tuerza la historia en honor a las luchas por igualdad y justicia llevadas adelante por sus antepasados y que hoy en día, trascienden lo meramente racial para ser una bandera bajo la cual se cobijan millones de seres humanos en el mundo. Sin lugar a dudas, un gran peso el que lleva  este hombre.

Además del carisma y la elocuencia de Obama, cabe destacar que el contexto en el cual está inmerso el mundo en general y  nuestro país en particular, ayudan a las lágrimas de mi abuela.

En un mundo donde los despidos masivos, el egoísmo de unos pocos y la desesperación de muchos, son noticia a diario en los distintos medios de comunicación, el ser solidario ante el dolor ajeno no le es extraño a mi abuela y por eso derrama sus lágrimas, al igual que mucha gente, pidiendo que Obama sea la esperanza de un mundo desesperanzado.

En nuestro país, donde se piensa que uno es superman, capaz de resolver por si mismo los innumerables problemas de una sociedad compleja (y que además debe enfrentar la crisis mundial), despreciando a los que piensan distinto y humillando a quienes lo siguen,  las palabras de Obama  llamando a un diálogo abierto entre todas las partes que conforman su sociedad para poder enfrentar juntos la crisis, despierta en mi antecesora, una nostalgia de por qué allá es tan diferente que acá.

La imagen que se construyó de Obama a lo largo de la campaña, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo, hicieron posible esta similitud de sentimientos, que como mencioné no reconocen fronteras o idiomas. La esperanza y la cordura que representa Obama, son expresiones universales. Hacen valedero ese dicho popular que dice “una imagen vale más que mil palabras”. Esto sin lugar a dudas fue un éxito de quienes dirigieron la campaña demócrata. Pero debe saber Obama, que si las expectativas se rompen, son más difíciles de reconstruir que una economía en ruinas. Y que tal como dijo el Primer Ministro ruso, “De las grandes expectativas, provienen los grandes fracasos”. Pero esto no lo cuestionaré ahora, este asunto se lo dejo al tiempo y a la historia que se está escribiendo.

Mi abuela puede no saber absolutamente nada de política internacional, puede no entender de diplomacia u organismos internacionales, pero sabe como ser solidaria ante el dolor ajeno, ante el sufrimiento de una sociedad que pidió cambio y encontró la imagen del mismo, en un afroamericano que promedia los cuarenta, de padre keniata y madre norteamericana, casado con una abogada egresada de Harvard; y cuya sola imagen, jurando con una mano sobre la biblia de Lincoln y llamando al diálogo, le despierta tanta nostalgia de por qué allá es tan distinto que acá. Por estas cosas de la vida, mi abuela lloró por Obama.

Daniel Roura

Crónicas norteamericanas

Más que una asunción, fue una refundación

Por Mario Diament

MIAMI.- La trascendencia del acontecimiento no escapaba a nadie. Pero una vez decantada la emoción y el asombro de asistir a la asunción del primer presidente negro de la historia norteamericana, lo que prevaleció a lo largo del discurso inaugural de Barack Obama fue la gradual comprobación de que lo que estaba teniendo lugar sobre las escaleras del Capitolio era la refundación de Estados Unidos.

Nunca antes el discurso inaugural de un presidente desmanteló en 18 minutos y medio el edificio filosófico y político de su antecesor y lo hizo en presencia suya, con tanta elegancia y tanta elocuencia.

Uno a uno, todos los preceptos que durante ocho años sustentó George W. Bush, que le valieron a Estados Unidos un repudio casi universal, fueron revertidos y reemplazados por un concepto que el mundo esperaba escuchar de un mandatario norteamericano desde hace mucho tiempo: "El poder no nos da derecho a hacer lo que nos plazca". La frase es tan aplicable adentro como afuera. Se conjuga con esa otra decisión de rechazar "la falsa disyuntiva" entre seguridad e ideales, una definición que no sólo debe haber chirriado en los oídos de Bush y Dick Cheney, sino en los de todos los regímenes autocráticos.

Desde la economía hasta el medio ambiente, desde el rol de Estados Unidos en el mundo hasta la investigación científica, desde la guerra en Irak y Afganistán hasta la salud pública y la educación, Obama prometió hacer exactamente lo opuesto que su predecesor.

No fueron meramente palabras. Al día siguiente, su primera orden ejecutiva fue congelar el sistema legal establecido por la administración anterior para juzgar a los sospechosos de terrorismo islámico, seguida por el anuncio de la clausura de la cárcel de Guantánamo, la orden a la CIA de cerrar las cárceles clandestinas diseminadas por el mundo, la prohibición del uso de la tortura y la aplicación inmediata de la Convención de Ginebra a todos los presos en la guerra contra el terrorismo.

Otra serie de decretos congeló los salarios de los funcionarios de la Casa Blanca e impuso severas reglas éticas en la administración pública, al tiempo que promovió la transparencia sobre las acciones del gobierno.

Consciente de la urgencia que demanda la profunda crisis económica, Obama se reunió ayer con legisladores demócratas y republicanos para asegurarles que tomaría en consideración sus objeciones al paquete de estímulo elaborado por su equipo. Además, firmó la orden que revocaba la prohibición de destinar fondos federales para grupos internacionales que promueven o practican abortos, otro de los siniestros legados de la administración anterior.

También en franca disparidad con lo que fue la doctrina de Bush para Medio Oriente, que preconizaba la abstención de Washington de intervenir, se designó a dos veteranos negociadores como enviados especiales al conflicto palestino-israelí y a Afganistán y Paquistán.

En política, los gestos tiene tanta importancia como las acciones, y las primeras 72 horas que siguieron a la pompa del martes fueron una formidable combinación de símbolo y sustancia, destinada a señalar de manera indudable que el nuevo ocupante de la Casa Blanca se proponía, como él mismo lo planteó en su discurso, "comenzar nuevamente el trabajo de refundar Estados Unidos".

Desde Ottawa, una mujer llamada Sharon Griffin envió una carta al The New York Times que parecía resumir el sentimiento generalizado: "Señor editor: toda mi oficina acaba de presenciar la ceremonia inaugural, aquí en Ottawa, y había muy pocos ojos secos en la sala. Nuestras sinceras felicitaciones por la asunción de su nuevo presidente, Barack Obama. ¡Feliz retorno, queridos Estados Unidos! ¡Los habíamos echado de menos!" 

Fuente: La Nación