martes, 30 de junio de 2009

El modelo del Cavaliere Berlusconi


El surgimiento de una nueva derecha no es un fenómeno limitado a la Argentina, sino una tendencia más general que tiene un origen geopolítico. Entre mediados de los ’80 y principios de los ’90, Estados Unidos decidió que había llegado el momento de dejar que la democracia volviera a América latina. Los brotes guerrilleros y los movimientos populares que en el pasado espantaban a Washington estaban o aplastados o domesticados, y desde 1989 la caída del Muro de Berlín había desactivado el riesgo de que la región siguiera el ejemplo de Cuba y se alineara con la Unión Soviética.

A este Washington más tolerante y democrático se sumó la creciente conciencia internacional acerca de las violaciones a los derechos humanos por parte de las dictaduras, sobre todo en Argentina, Chile y Centroamérica. Y también la imprevisibilidad de los gobiernos autoritarios: al fin y al cabo, fue un militar y no un líder izquierdista quien decidió invadir las Malvinas y declararle la guerra nada menos que a Gran Bretaña.

En el nuevo mundo unipolar, hasta el último rincón del planeta quedó expuesto a la influencia estadounidense, pero era una influencia distinta, más difusa, menos directa. Tras el 11 de septiembre, Washington cerró el círculo de su nueva doctrina de seguridad (el enemigo ya no era el comunismo sino el terrorismo) y desvió su atención a lugares más remotos y urgentes. Esto explica el giro a la izquierda en América latina y el tranquilo ascenso de líderes y partidos que en el pasado seguramente hubieran sido bloqueados por Estados Unidos mediante la desestabilización o el golpe de Estado. Y esto explica también que esté surgiendo, más lenta y dificultosamente, una nueva derecha.

Es nueva porque es democrática: aunque la tentación de la desestabilización y el golpe están presentes, sobre todo en los países institucionalmente más frágiles y económicamente más concentrados, como Bolivia, insistamos en que el componente democrático tiene un sentido más profundo y estructural: es una derecha que defiende electoralmente los intereses (empresariales, económicos) y valores (estabilidad, orden en las calles, propiedad privada) que en el pasado se imponían por las armas. Esa es la novedad.

Entrepeneurs

El progreso individual y el ascenso como fruto del esfuerzo son desde siempre valores importantes para la derecha, que no sólo no reniega del individualismo, sino que incluso lo considera un motor clave para el progreso de la sociedad (lo cual explica, según la famosa tesis de Norberto Bobbio, que la derecha acepte las diferencias sociales, es decir la desigualdad, lo cual produce a su vez una visión definida del balance Estado-mercado y del rol de este último en la economía y en la sociedad). Así, frente a una izquierda que tradicionalmente ha buscado a sus líderes en los movimientos colectivos (sindicatos, partidos, asambleas), hoy existe una derecha que ha hecho del mundo empresarial la cantera de la que salen sus dirigentes más taquilleros.

Un rápido recorrido por América latina ayuda a comprobar esta intuición. El próximo miércoles asumirá la presidencia de Panamá Ricardo Martinelli, millonario propietario de la cadena de supermercados Super 99 y –dato a tener en cuenta– el primer presidente desde la recuperación de la democracia que no proviene de los partidos tradicionales. Hace poco menos de un mes dejó la presidencia de El Salvador Elías Saca, un empresario perteneciente al derechista Arena. En Chile, todas las encuestas señalan como el favorito a Sebastián Piñera, el propietario de LAN y poseedor de una fortuna de 1200 millones de dólares (y el único líder importante de derecha que votó por el No a Pinochet en el plebiscito de 1988). Durante seis años gobernó México Vicente Fox, que ingresó a Coca-Cola como supervisor de reparto y fue ascendiendo hasta convertirse en gerente de la división latinoamericana de la empresa. Y ahí está también el pintoresco magnate ecuatoriano Alvaro Noboa, el rey de los exportadores de banano y camarón, que había salido segundo en tres elecciones presidenciales y quedó tercero en las últimas.

Populismo de derecha

La nueva derecha de Mauricio Macri y Francisco de Narváez, que ayer consolidó su primacía en la Capital y ganó la elección en la provincia, es parte de esta tendencia latinoamericana más amplia. Y como el origen de nuestra política hay que buscarlo siempre en Europa, la comparación transatlántica ayuda a explorar algunas claves de este nuevo fenómeno, aunque el paralelismo más pertinente no sea la reaccionaria y dogmática derecha del PP español, ni la sobria centeroderecha socialcristiana alemana ni el tradicional partido conservador británico, sino la nueva derecha italiana que desde hace un par de décadas lidera Silvio Berlusconi. En ambos casos, en Argentina y en Italia, el origen se remonta a un colapso político y el estallido de una crisis de representación, por imperio de las cacerolas (acá) o de la investigación judicial de la Tangetopoli (allá).

Como los líderes de Unión-PRO, Berlusconi es un símbolo de la alianza entre negocios (aunque hay que reconocerle al Duce que él sí hizo su propia fortuna), medios de comunicación (Berlusconi fue el primer empresario televisivo en romper el monopolio de la RAI) y deporte (es el dueño del club Milan). Pero no es sólo el origen empresarial ni la capacidad de expresar la poderosa fusión entre espectáculo, política y deporte lo que emparienta al líder italiano con los jefes del peronismo disidente, sino también una manera particular de entender la política. Desde un carisma muy mediático pero no por eso menos real, los tres han logrado construir una relación directa con el electorado (Berlusconi, pese a todas sus boutades o debido a ellas, es el dirigente más querido de Italia) y afirmar una popularidad que traspasa las fronteras de clase, lo que da forma a una especie de populismo de derecha.

Hay en ellos un fondo común ultrapragmático que les permite moldear su discurso de acuerdo con la necesidad del momento. De Alsogaray o Cavallo podía pensarse cualquier cosa, menos que alguno de ellos propondría, en la misma campaña, eliminar las retenciones, quitar el IVA a los alimentos y extender masivamente los planes sociales –es decir, desfinanciar totalmente al Estado–, como hizo De Narváez en los últimos meses. Y también hay en Macri y en De Narváez, como en Berlusconi, una tensa combinación de conservadurismo y liberalismo, que si por un lado implica una relación cercana con la Iglesia (Berlusconi acompañó a los obispos italianos en su resistencia a la despenalización de la eutanasia y se opone a la legalización del aborto), por otro se traduce en una libertad muy moderna –y en el caso del italiano muy vistosa– de la vida privada.

Estos vacíos y estas tensiones requieren necesariamente un cemento que los unifique más allá de la popularidad de los líderes. Berlusconi lo encontró en el terror a la inmigración norafricana y su campaña para endurecer las leyes, que la semana pasada quedó crudamente comprobada con la violenta expulsión de los gitanos de Nápoles. ¿Ocupará la inseguridad el lugar en el proyecto nacional de Macri y De Narváez que ocupó la inmigración a la candidatura de Berlusconi en 2007? Podría ser, pero sólo podría. Aunque el tema fue uno de los ejes de la campaña y en buena medida explica el ascenso del peronismo disidente en la provincia de Buenos Aires, la experiencia enseña que las elecciones presidenciales suelen estar dominadas por otras cuestiones, de la economía a la política, y que la inseguridad resulta decisiva básicamente en los comicios distritales. Hasta ahora.

Algo más que jabón en polvo

Macri y De Narváez son empresarios y no economistas ultraideologizados, como sus antecesores Alvaro Alsogaray, Domingo Cavallo y Ricardo López Murphy. Quizás por eso, porque provienen del flexible y pragmático mundo de los negocios y no de las consultoras o las cátedras de economía (en sus propias palabras, del mundo de la acción y los hechos y no del mundo de los discursos), ambos han comprendido una verdad esencial que sus antepasados nunca lograron entender: para ganar una elección y gobernar es necesario contar con el apoyo de al menos un sector de los votos y del aparato del peronismo. Y si Menem consiguió en su momento reconvertirse a la derecha luego de una larga y muy tradicional carrera en el PJ (fue gobernador, estuvo detenido por los militares y acompañó a Cafiero en la renovación peronista), los jefes de Unión-PRO avanzan por un camino inverso: su plan es llegar al peronismo desde la derecha y no a la derecha del peronismo. Menemismo por otros medios.

Por eso, el peor error que se podría cometer en la lectura de los resultados de ayer es pensar que la consolidación electoral del macrismo y el ascenso rutilante de De Narváez se explican simplemente por la astucia de la publicidad, el poder de sus millones o la influencia de los medios de comunicación. Desde que en 1952 Dwight Eisenhower se convirtió en el primer candidato presidencial en apelar a los servicios de una agencia de publicidad, el marketing político ha ido ocupando cada vez más espacio en las campañas. Y aunque las primeras teorías hablaban de vender a un candidato como si se tratara de jabón en polvo, desde hace al menos dos décadas sabemos que esto no es posible, que la publicidad y el dinero y la televisión no alcanzan para ganar una elección (aunque sí para otras cosas, por ejemplo para hacer conocido –instalar– a un postulante). Hay miles de ejemplos de brillantes campañas publicitarias y millones de dólares convertidos en unos pocos votos, el último de los cuales fue el patético ensayo presidencial de Jorge Sobisch.

Del mismo modo, si por un lado es cierto que algunos medios de comunicación contribuyeron al ascenso de De Narváez, el consenso mediático tampoco alcanza por sí mismo para ganar una elección como la de ayer. También hay miles de ejemplos de candidatos que, pese a la oposición de buena parte de los medios, ganaron las elecciones (la reelección de Chávez, por ejemplo, o la victoria de Ricardo Lagos en Chile en el 2000).

Con esto se pretende señalar algo evidente, pero que, a la luz de algunos comentarios de los últimos días, vale la pena subrayar: el ascenso de la nueva derecha no se explica por los consejos de Durán Barba ni por la campaña de Agulla, y ni siquiera por las fortunas de sus candidatos, sino por un contexto geopolítico nuevo y, en la Argentina, por la muy política estrategia de sus líderes de morder un sector del peronismo en el conurbano, construir a una candidata imbatible en la Capital y, sobre todo, ganar la disputa con el panradicalismo por el voto anti K. En suma, un fenómeno que no es ni publicitario ni mediático, sino estrictamente político. Por supuesto, explicarlo en términos de marketing quizás resulte tranquilizador para las conciencias progresistas que se niegan a aceptar que la derecha puede ser popular incluso en los sectores más pobres, pero ayuda muy poco a entender las cosas.

Fuente: Pagina 12

Las dudas que dejaron los números

Los sondeos en la provincia de Buenos Aires fueron los que más fallas tuvieron. Los consultores lo explican por la diferencia de la boleta de diputados y la de concejales en algunos distritos. Admiten la influencia del optimismo de los comandos de campaña.

Las encuestas estuvieron en el centro de la atención y las polémicas en los dos meses anteriores a la elección del domingo y en el propio día de los comicios. Hubo un fuerte debate por los pronósticos en provincia de Buenos Aires. Casi todas las consultoras adelantaron la llegada al segundo lugar en Capital Federal de Pino Solanas, sólo dos encuestas acertaron el triunfo de Carlos Reutemann y, aunque sin mucha precisión, se pronosticaron los triunfos de Luis Juez en Córdoba y el cobismo en Mendoza.

Pero los resultados provocaron una serie de interrogantes:

1 ¿Cuáles fueron los pronósticos en la provincia de Buenos Aires?

La consultora Poliarquía fue la gran ganadora en la polémica por los sondeos en territorio bonaerense. Durante el mes de abril, en tres estudios sucesivos, la empresa que comandan Alejandro Catterberg, Sergio Berenzstein, Eduardo Fidanza y Fabián Perechodnik afirmó que Francisco de Narváez estaba a la cabeza por márgenes que oscilaban entre los 2,5 y tres puntos, muy cerca del resultado final. Página/12 publicó el domingo la opinión de once encuestadores, de los cuales cinco –CEOP, Analogías, Equis, Ibarómetro y Rouvier– dieron triunfos de Néstor Kirchner por un rango que estaba entre los cinco y los seis puntos, mientras que otros dos –Haime y Mora y Araujo– hablaban de una diferencia de cuatro a favor del ex presidente. En una situación de empate, pero con ventaja para Kirchner, se ubicó Opinión Autenticada y hubo tres encuestadores que le daban una luz a De Narváez. Poliarquía lo venía haciendo desde principios de mes y, en los últimos días de la campaña, se sumaron –y acertaron en el pronóstico– Isonomía y Giacobbe y Asociados.

2 ¿Por qué acertó Poliarquía y la mayoría de los encuestadores estuvieron inclusive fuera del margen de error?

“No puedo saber las razones de la diferencia entre el pronóstico de Poliarquía y el de otras consultoras. Para eso deberíamos poder comparar las metodologías y las estrategias de investigación. De cualquier modo, Poliarquía no fue la única que hizo un pronóstico correcto. Lo que sí puedo decir es cómo procedió Poliarquía: trabajamos con muestras domiciliarias y telefónicas sistemáticas y con encuestas de tipo “panel”, en las que se pregunta a las mismas personas su intención de voto en distintos momentos para conocer si cambian las preferencias durante el transcurso de la campaña. Los resultados fueron consistentes desde 30 días antes de las elecciones, oscilando la ventaja de De Narváez en torno de los tres puntos. Fue muy significativo un dato: Kirchner apenas obtenía una mínima diferencia en el Gran Buenos Aires mientras Unión-PRO obtenía una ventaja muy neta en el interior de la provincia. Ese fue el principal indicador de que De Narváez tenía fuerte probabilidad de ganar”, explicó Eduardo Fidanza.

3 No faltan quienes afirman que las encuestas se manipulan al servicio de la fuerza política o candidato que las contrata. ¿Cómo operaría eso? ¿Qué explican los consultores que no acertaron?

Todos los encuestadores consultados por este diario afirman que ninguna de las empresas conocidas, con años en el mercado, publica un dato que cree que no se va a verificar en las urnas. “Es suicidar a la empresa”, afirman. Pero todos admiten que el clima de los comandos electorales es, casi por naturaleza, de un optimismo desbordante. Y así ocurrió en el caso de Kirchner: los intendentes hacían cola para informar que, de acuerdo con sus propias encuestas, el ex presidente iba ganando por diez, quince o veinte puntos en cada distrito del conurbano. Eso ya creaba una fuerte presión. “Uno siempre afronta decisiones interpretativas de los números –señala Enrique Zuleta Puceiro–. Porque el analista debe resolver sobre inconsistencias, resultados que no le cierran del todo, indefiniciones, porcentajes de indecisos. Y ahí juega un lugar común de la política argentina: el mito de la infraestructura y el aparato del peronismo en el Gran Buenos Aires. Eso lleva, muchísimas veces, a ser el sostén de proyecciones demasiado optimistas.”

Roberto Bacman, de CEOP, afirma en forma categórica que la diferencia estuvo en la evaluación de las candidaturas testimoniales. Quiere decir que la mayoría de las consultoras que daban ganando a Kirchner consideraron que los intendentes traccionaban votos a la lista de diputados del Frente para la Victoria. “Nosotros acertamos tres de los cuatro datos: dijimos que De Narváez iba a tener aproximadamente 33 por ciento de los votos; Stolbizer 21 y Sabbatella 6. Eso se dio así. ¿En dónde erramos? En el voto a Kirchner-Scioli, que nosotros diagnosticamos en 38. Y lo cierto es que consiguió sólo 32. ¿Qué pasó? Hubo una corriente de votos que sí fueron para los intendentes, muchas veces a través de listas espejo, de partidos vecinales, y fueron en blanco para diputados o directamente cortaron a favor de algún otro candidato, ya sea De Narváez o Stolbizer.” Eso explicaría, por ejemplo, que el intendente Gabriel Bruera de La Plata sacara 34 por ciento en la lista de concejales y la boleta Kirchner-Scioli 13 puntos menos, o que la esposa de Sergio Massa haya conseguido casi el 50 por ciento de los votos en Tigre para concejal y que allí Kirchner ganara por apenas un punto, o que las boletas en las que figuraba el intendente de Mar del Plata consiguieran 32 por ciento para concejales y 26 por ciento para diputados. O que el intendente de Pilar, Humberto Zúccaro, haya vencido por diez puntos y la boleta Kirchner-Scioli, perdido por uno. En Quilmes, la diferencia entre la lista de concejales, encabezada por el intendente Francisco Gutiérrez, y la de Kirchner-Scioli fue de cinco puntos. Y así en muchísimos distritos. Poliarquía no se dejó guiar por las candidaturas testimoniales y acertó.

“Durante todo el mes hubo una situación de empate, de tironeo –señala Analía Del Franco–. Pero en los últimos días nos terminamos inclinando por la variante más optimista, en primer lugar porque cuando les exhibíamos a los encuestados la boleta con los intendentes, la intención de voto a Kirchner subía. Además, la imagen del ex presidente mejoró, mientras que el voto a De Narváez y Stolbizer parecía inestable. Nos inclinamos para la visión optimista y nos equivocamos.”

Por supuesto que algunos hablan de traición de los intendentes, pero otros insisten en que hubo una corriente de protesta, de sentimiento anti K, que se verificó también, por ejemplo, en Santa Cruz y en Entre Ríos.

4 ¿Qué pasó en la Capital Federal?

La performance de las consultoras en Capital Federal fue impecable. El fenómeno de Fernando “Pino” Solanas fue percibido dos semanas antes de las elecciones y primero Hugo Haime y después Artemio López predijeron su segundo puesto. Al final, casi todas las encuestas llegaron a la misma conclusión: Solanas desbordaba a Alfonso Prat Gay. El CEOP, Equis, Rouvier, Poliarquía y Analogías estuvieron muy cerca de acertar también el 24 por ciento que consiguió el cineasta. El resto de los resultados de la elección también fue captado por los sondeos: el primer lugar de Gabriela Michetti, el tercero de Prat Gay y el cuarto de Carlos Heller.

5 ¿Hubo aciertos en Santa Fe?

En una elección tan pareja, dos consultores sostuvieron que ganaría Carlos Reutemann, pese a que la mayoría se inclinaba por Rubén Giustiniani. Hugo Haime y OPSM, la encuestadora de Zuleta, percibieron la victoria del Lole.

6 ¿Qué pasó con Córdoba y Mendoza?

En ambos distritos, todas las encuestas dieron bien al ganador, pero hubo bastante error en las dimensiones. Luis Juez venció en la carrera a senador, aunque por una diferencia muchísimo menor a la pensada, y el cobista Ernesto Sanz consiguió casi el 50 por ciento de los votos, algo que tampoco estaba en los planes.

7 ¿Qué papel jugaron las encuestas?

Otra vez se confirmaron tres experiencias de importancia. La primera: los ciudadanos no siempre votan al que va ganando y, por lo tanto, la incidencia de la encuesta en una campaña es bastante más un mito que una realidad. La mayoría de las consultoras decían que ganaba Kirchner y la leve diferencia fue para De Narváez. El segundo elemento es que las encuestas le sirven al ciudadano para orientarse. En este caso, muchos vieron que De Narváez-Solá era una alternativa para manifestar su oposición a Kirchner y, aunque no les entusiasmara el propio candidato, lo utilizaron como instrumento para manifestar su voluntad. Por último, la prohibición de publicar bocas de urna a las 18 –que no existe prácticamente en ningún lugar del mundo– quedó evidenciada otra vez como algo inútil. En Francia, la propia Corte Suprema declaró inconstitucional la prohibición de publicar sondeos.

Fuente: Pagina 12

Los carteles del día despues en Capital Federal







Fuente: La Nación