domingo, 11 de octubre de 2009

La región, ante una "maratón electoral"

Juan Landaburu

Dentro de dos semanas, cuando elijan al sucesor del presidente Tabaré Vázquez, los uruguayos darán inicio a una agitada maratón electoral de un año en América latina, que podría cambiar la fisonomía de la región y que concluirá en octubre de 2010 con el premio mayor, Brasil, el gigante regional con justificadas aspiraciones de potencia mundial.

El calendario electoral se completará con los comicios presidenciales en Honduras, Bolivia, Chile, Costa Rica y Colombia, y con las cruciales legislativas en Venezuela. En total, más de la mitad de los latinoamericanos elegirán a su nuevo presidente en los próximos 12 meses.

Los grandes interrogantes son si se consolidará el giro a la izquierda que caracterizó a la región en la última década o se conformará un bloque de derecha, y si habrá lugar para nuevas aventuras refundacionales, como las que ya emprendieron Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador.

Chile y Brasil enfrentan escenarios similares: Michelle Bachelet y Luiz Inacio Lula da Silva baten récords de popularidad, pero no encuentran sucesores dentro de sus partidos, y los sondeos anticipan que deberán entregar el poder a la oposición.

La Concertación chilena ha sufrido el desgaste de gobernar durante 20 años, y su candidato, el ex presidente Eduardo Frei, no sólo se encuentra a varios puntos de distancia del empresario de derecha Sebastián Piñera, sino que el ascendente Marco Enríquez-Ominami amenaza con dejarlo fuera del ballottage. Lula, en cambio, aún no ha logrado que su delfina en el Partido de los Trabajadores (PT), Dilma Rousseff, supere en intención de voto al liberal gobernador de San Pablo, José Serra.

¿Por qué Chile y Brasil podrían girar a la derecha cuando tienen mandatarios asociados con la izquierda y que, además, gozan del respaldo popular? Para el politicólogo Carlos Gervasoni, de la Universidad Torcuato Di Tella, la respuesta es que la tendencia a la izquierda de la región "ha sido sobrevendida".

"La Concertación es difícil pensarla como coalición de izquierda en términos de las políticas que aplica. Algo parecido se podría decir de Lula. Desde 2002, su gobierno ha sido de centro, y económicamente bastante ortodoxo", señaló Gervasoni.

El cambio de poder en estos dos países no tendría que ver con un giro ideológico, sino con una cuestión de personalidad. "Si Lula se presentara ganaría por robo, pero la popularidad es difícil de trasmitir a otro candidato", explicó Gervasoni.

En definitiva, a chilenos y brasileños no les representa un cambio radical votar a la oposición, ya que no se prevé que Piñera o Serra tengan en mente cambios sustanciales en las políticas económica y exterior.

"Las divisiones entre izquierda y derecha se están volviendo menos importantes que las personalidades, las competencias y las políticas de los candidatos", dijo a LA NACION Peter Hakim, presidente del think tank Diálogo Interamericano, desde Washington.

En Uruguay, Vázquez tampoco logró imponer a su favorito. El candidato del Frente Amplio será el veterano José Mujica, que, a menos que su boca lo siga traicionando, parece encaminarse a derrotar a otro viejo lobo de mar, el ex presidente conservador Luis Alberto Lacalle. No obstante, una alianza de blancos y colorados podría complicar las aspiraciones del ex guerrillero en un ballottage.

El que sí encontró la forma de resolver el problema del traspaso de la popularidad es el colombiano Alvaro Uribe. Todo parece indicar que, referéndum mediante, reformará la Constitución y se postulará a una segunda reelección. Uribe es por el momento el único presidente explícitamente de derecha. Pero las campañas de Piñera y Serra, y el nuevo impulso del Partido Nacional en Uruguay, parecen sugerir cierto resurgimiento de los partidos conservadores en la región.

Pluralidad

"Si bien percibo que la realidad política seguirá siendo muy plural y diversa, la centroderecha latinoamericana se viene fortaleciendo en los últimos años y se prepara para tomar el poder en varios países", dijo a LA NACION María Teresa Romero, analista y profesora de la Escuela de Estudios Internacionales de la Universidad Central de Venezuela.

A diferencia de lo que ocurre en Europa, este ascenso de la derecha no estaría necesariamente asociado al impacto de la crisis económica global. "Es interesante ver que la popularidad de los presidentes de Uruguay, Brasil, Chile y Colombia ha aumentado pese a que las economías de sus países han retrocedido", sostuvo Hakim, al referirse a la crisis.

El "socialismo del siglo XXI", que pregona Chávez, tendrá un doble test electoral. En Bolivia, la pregunta no es quién va a ganar, sino por cuánto va a ganar Morales, que cosechará su sexto triunfo consecutivo.

Pero en la cada vez más convulsionada Venezuela, Chávez deberá estar atento al mensaje de las urnas cuando se pongan en juego los escaños de la Asamblea Nacional, actualmente dominada por el oficialismo. El desprestigio internacional y los problemas internos de Chávez, agravados por la caída en el precio del petróleo, podrían limitar su influencia en otros países.

"No creo que los proyectos radicales sigan expandiéndose en la región. Los nuevos gobiernos de izquierda que han ganado o que podrían ganar en el futuro son de izquierda moderada", consideró Romero.

Además, la estabilidad democrática en muchos de los países hace difícil pensar que en los próximos doce meses surjan proyectos refundacionales. "El caldo de cultivo propicio no parece estar en ninguno de estos países, con la pequeña excepción de Honduras, donde es muy difícil saber qué va a pasar", opinó Gervasoni. En efecto, en Honduras todavía la pregunta por responder es si efectivamente se harán las elecciones. El polo opuesto es Costa Rica, la democracia más sólida de América Central, donde la delfina del presidente Oscar Arias, Laura Chinchilla, es la gran favorita.

Así las cosas, más que ideológicamente la región parece polarizarse entre países con democracias estables y maduras, con traspasos de mando no traumáticos, y un conjunto de países con gobiernos personalistas y hegemónicos, cuyos líderes se sienten imprescindibles. La Argentina tendrá que esperar un poco más para decidir en qué grupo quiere ser encasillada.

Fuente: La Nación