miércoles, 9 de diciembre de 2009

Enríquez-Ominami, el suceso político de la justa presidencial chilena

Por Rafael Croda. Corresponsal

Santiago, 9 Dic (Notimex).- Marco Enríquez-Ominami es un diputado chileno joven y rebelde a quien pocos tomaron en serio cuando hace nueve meses lanzó su candidatura presidencial, pero hoy a ningún analista informado le sorprendería demasiado que gane la contienda.

El estilo mediático, locuaz y desgarbado de este filósofo y cineasta educado en el exilio en Francia logró suscitar amplias adhesiones entre la juventud y entre los chilenos que claman por una renovación de la política nacional, los cuales lo observan como una alternativa.

A cuatro días de las elecciones presidenciales en Chile, Enríquez-Ominami figura sin duda como el suceso político de esta campaña, pues logró romper la tradicional lucha entre dos coaliciones y erigirse, como candidato independiente, como una real opción de poder.

Hasta abril pasado, la contienda presidencial estaba centrada en el candidato de la gobernante Concertación, Eduardo Frei, quien ya fue mandatario de Chile entre 1994 y 2000, y el aspirante de la derechista Coalición por el Cambio, el empresario Sebastián Piñera.

Ambos personajes, con al menos dos décadas en el primer plano de la política nacional, marchaban a la cabeza en las encuestas de intención del voto, con Piñera como favorito en todos los sondeos y nadie pensaba que en esta contienda habría sorpresas.

Sin embargo, la encuesta del Centro de Centro de Estudios Públicos (CEP), la más prestigiada del país, ubica a Enríquez-Ominami con el 19 por ciento de las preferencias, siete puntos por debajo de Frei, mientras que Piñera logra el 36 por ciento.

Estas proyecciones indican que deberá haber una segunda vuelta electoral en enero próximo entre los dos candidatos con mayor respaldo este domingo, y en ese escenario, el candidato independiente aparece con un virtual empate técnico ante Piñera.

Enríquez-Ominami, hijo del mítico guerrillero del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), Miguel Enríquez abatido durante la dictadura de Augusto Pinochet-, marcaba en abril pasado un solo punto en los sondeos pero logró adhesiones de diversas corrientes políticas.

El joven candidato de 36 años de edad es un izquierdista que hasta junio pasado militó en el Partido Socialista (PS) y cuya historia personal ha estado ligada a esa corriente política, pero tiene un programa económico liberal que suscita apoyo entre el empresariado.

Además de su propuesta política transversal, el abanderado independiente tiene a su favor una personalidad irreverente, una mente ágil, un gran manejo de la comunicación y una popular y bella esposa, Karen Doggenweiler, quien es presentadora de televisión.

El legislador, quien a los cinco meses de edad fue llevado por su madre, Manuela Gumucio, al exilio en Francia, donde vivió hasta la adolescencia, adoptó el apellido Ominami de su padrastro, el senador Carlos Ominami, quien también renunció al PS para apoyar a su hijo.

El sorpresivo candidato, quien antes de convertirse en diputado en 2005 nunca había participado en la política institucional, es conocido por los jóvenes como Marco, mientras amplios sectores y los medios lo llaman ME-O por las siglas de nombre y apellidos.

El político, quien logró reunir más de 65 mil firmas notariales para registrar su candidatura independiente, tiene posturas polémicas sobre temas de alta sensibilidad, como las drogas y los homosexuales, sin que eso le reste apoyo entre el electorado más conservador.

En mayo pasado aceptó que ha consumido mariguana y de la cocaína dijo que la "jaló" en alguna época de su vida, y un mes después se declaró partidario de la despenalización del aborto y de debatir la conveniencia de los matrimonios entre homosexuales.

Los adversarios del candidato han recordado que en 2003 dijo que, para él, "ser chileno es una tragedia; si naciera de nuevo no me gustaría serlo", y que en 2006 se refirió al desaparecido Papa Juan Pablo II como alguien a quien "aborrezco profundamente".

Marco ha respondido que es joven y que tiene derecho a rectificar y cambiar con el tiempo sus puntos de vista, sin alterar sus más profundas convicciones, lo que pone de manifiesto su pragmatismo y capacidad para adecuarse a las más diversas coyunturas.

El ha echado mano de herramientas tecnológicas de última generación, como Twitter, Facebook, Youtube y los blogs, y cuenta entre sus apoyos principales al atípico empresario Max Marambio, un millonario con helicóptero propio y con pasado comunista.

Marambio, quien fue jefe de escoltas del presidente socialista Salvador Allende, miembro de las tropas elite del Ejército cubano y que es amigo personal del líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, es su jefe de campaña y su principal apoyo financiero.

La candidatura de Marco creció tanto, que en noviembre anterior lo recibieron los presidentes Cristina Fernández (Argentina), Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil) y Rafael Correa (Ecuador), y además el cantautor cubano Pablo Milanés lo respalda en un spot televisivo.

Más allá de los comicios de este domingo, Enríquez-Ominami, a sus 36 años, tiene todo para proyectarse como un influyente político con posibilidades de cumplir su meta de gobernar Chile.

Fuente: SDP Noticias

Un identikit del mito nazi

El 10 de julio de 1939, Adolf Hitler ordenó que el Tercer Reich no debería denominarse más de ese modo y que, a partir de ese momento, pasaba a ser el "Reich alemán" a secas. Con ese gesto, buscaba borrar para siempre cualquier filiación cronológica e inscribir al régimen en un tiempo eterno. La medida es mencionada en el libro La estética nazi. Un arte de la eternidad del investigador francés Eric Michaud, un trabajo de la década del noventa que se publicó recientemente en nuestro país.

La intención de Michaud es realizar "una suerte de recorrido por el interior del mito nazi". Su punto de partida, más o menos explícito, es el análisis del fascismo como movimiento de "estetización de la política", desarrollada por Walter Benjamin en 1936, una idea no demasiado difundida en su momento que culminó gestando toda una escuela de investigación a lo largo del siglo XX.
Michaud se ubica en esa tradición y la desarrolla consecuentemente, aportando una enorme cantidad de documentos escritos y visuales. Las perspectivas desde las que ataca al problema son múltiples: sobresalen entre ellas la de la concepción del Führer como artista, la de la importancia de la propaganda, la de la manipulación de las ideas románticas de mito y genio, y la del análisis de las modificaciones en las percepciones temporales. Todas apuntan a sostener una hipótesis central: el nazismo sostuvo su discurso y su accionar en la identificación de la actividad política y la actividad artística. "El hombre del Estado –escribió Goebbels en su novela Michael– también es un artista. Para él, el pueblo no es otra cosa que la piedra para el escultor. El Führer y la masa no plantean más problema que el pintor y el color". La comparación excede los aspectos biográficos de la vida de Hitler, quien en su juventud fue rechazado por la Academia de Bellas Artes de Viena por su falta de condiciones, y da cuenta de procesos sociales extremadamente complejos.

Michaud advierte que, desde el siglo XVIII, el genio artístico había sido identificado con el "genio de la libertad" y que, ya a comienzos del siglo XX, la figura del artista absorbió definitivamente esa potestad, insertándose a su vez en la arena política. "Más allá de todas sus diferencias, futuristas, cubistas y expresionistas coincidían en la condena del mundo visible identificado al orden establecido, lo mismo que en la lucha generalmente pensada como la del espíritu contra el 'materialismo' y contra el régimen que le pertenecía: la democracia parlamentaria". Así, el Reich, a pesar de la salvaje persecución que ejerció sobre esos movimientos de vanguardia, no dejó de incorporar a su dispositivo de poder algunos de sus elementos constitutivos. En este sentido, numerosos dirigentes reclamaron para sí el estatuto de artistas: el Estado era el utensilio con el que llevar adelante su obra.
Este fenómeno tenía además algunas características particulares. Por ejemplo, Michaud se ocupa de una serie de postales con imágenes de Hitler en las que aparece realizando gestos exagerados y ridículos, y que fueron utilizadas por Charles Chaplin para su caracterización en El gran dictador. "El inmenso éxito de estas cartas postales –observa– permite comprender mejor que las masas esperaban de Hitler, en los mítines, la proeza del comediante que sabría arrancarlos a ellos mismos, transportarlos, durante el tiempo del espectáculo al menos, a un mundo donde la luz y la sombra serían más marcadas, donde las elecciones parecían más simples". Nada quedaba expuesto al azar en la planificación de las ceremonias y las campañas de propaganda: Hitler, que identificaba a Wagner como su auténtico predecesor, supervisaba todos los aspectos de los actos, de los cuales era "el autor, el espectador o el héroe, y a menudo los tres a la vez".

De igual manera, se construyeron numerosos templos conmemorativos, "Construcciones del Führer" controladas también por el propio Hitler en persona. Por medio de estos grandes escenarios se buscaba lograr la integración del pueblo con sus "orígenes" y la gestación de una nueva mitología alemana. "Los muertos de la Gran Guerra se perpetuaban en los 'mártires' del Movimiento; esos mártires se perpetuaban en Hitler; todos se perpetuaban en esos templos de piedra y, por ellos, se perpetuaban para siempre en el pueblo alemán". El "combate por el arte" de los nazis, reafirmaba así su lucha contra la "civilización" y "las ideas de 1789". Según Michaud, toda esta parafernalia escenográfica tenía sentido en función de la obsesión del régimen por transformar en "creación artística" todo su accionar.
Por su parte, la primera "Gran Exposición de Arte Alemán", que buscaba imponer las ideas de pureza y sanidad racial, funciona como ejemplo de la actitud frente a la propia producción artística. Se presentaron en ella 15.000 obras, a partir de las cuales debía realizarse una preselección de 1.500. Luego de haber revisado el conjunto, Goebbels anotó en su diario: "Ejemplos desoladores de bolcheviquismo artístico me han sido sometidos (...) El Führer echa espuma de rabia". El tenor de este tipo de afirmaciones, la banalidad de las propuestas estéticas del Reich y su condena a la producción de los artistas más importantes de la época no debe, sin embargo para el autor, hacernos perder de vista el carácter eminentemente artístico que sus partidarios pretendían otorgarle al movimiento. "El antisemitismo nazi y el exterminio –afirma– no son inteligibles más que en esta perspectiva histórica del relevo del dios invisible por el Dios encarnado".
Fuente: Revista Ñ (Clarin)

"Buenos Aires, para mí, está estancada"

Tony Puig se revuelve de risa cuando se le pregunta por su leyenda como "gurú urbano" y –por única vez– se detiene antes de soltar una de esas largas réplicas en las que –sin dejar de tirar del mismo hilo– repasa la historia de las ciudades de Occidente, cuenta retazos de su biografía e imita voces y necedades que ha oído en sus treinta años de trayectoria como asesor de planeamiento urbano de la municipalidad de Barcelona. Puig habla –de ahí, quizá, su fama– con el temple y la seguridad de un profeta sobre qué ciudades "van para adelante". Del mismo modo, cuando algo lo decepciona, se vuelve un tipo severo. Ahora, a punto de llegar a Buenos Aires para dictar el viernes y el sábado próximos dos conferencias, deja bien claro que la capital argentina ha perdido mucho espacio "porque ni siquiera tiene claro qué quiere ser de mayor".

En las dos entrevistas que tenemos –con un intervalo de casi dos años– Puig se presenta como el primer estudiante laico de una cátedra de teología en Barcelona, como el chico que experimentó con el LSD y los paraísos místicos, como el anarquista que desde la mítica revista Ajoblanco defendió la contracultura y lo raro en los últimos años del franquismo y, finalmente, como un retoño del mayo del 68 que busca bajo las baldosas flojas y repisadas "las ciudades que querría construir".

En 1980 usted pasó de armar una revista contracultural a colaborar con el ayuntamiento de Barcelona. ¿Qué sabía de rediseño urbano, entonces?

No tenía idea, yo era un creativo, creía en lo imposible. Cuando arranca nos encontramos con una Barcelona gris, tétrica, gente que se quería ir a París a ser francesa. Es cierto que era una Barcelona muy activa gracias a la fuerte lucha antifranquista, pero no conocíamos la democracia. Entonces pensamos un proyecto para abrir al mar la ciudad, reparar infraestructuras dañadas, hacer que los barrios tuvieran servicios. A los pocos años salió el proyecto estrella, pedir los Juegos Olímpicos del 92, cuando no había posibilidades porque éramos una ciudad de tercera. Esto, que era una locura, funcionó. Yo digo que la gestión es hacer cosas extraordinarias con gente ordinaria: gente que trabaja con pasión, sabe de política y que por ahí no sabe diseñar una ciudad pero tiene algunas ideas.

¿Pero cómo se financia eso?

Hasta entonces había métodos para reconstruir ciudades como Lisboa, París o San Petersburgo, después de catástrofes y con grandes ingenieros. Cuando nosotros teníamos todo en marcha vino la crisis del 82 y entonces, en lugar de grandes infraestructuras, empezamos a zurcir la ciudad: pequeñas plazas para que la gente vea cambios; comunicación, "Barcelona va adelante. Barcelona más que nunca". Al final, eso nos lo creíamos todos.

En sus conferencias plantea que una de las claves es dar con una idea o concepto de ciudad. ¿Esto se aplica a las grandes ciudades de la historia?

Sí, a todas. Atenas apostó por la democracia como valor; Venecia, por descubrir mundos y abrirse a ellos, y así terminó construyendo una ciudad que es un mundo; ¿Florencia qué hizo? Repensó todo el ideal del humanismo; París hizo suya la ilustración, fue la gran ciudad de la revolución e inventó la modernidad. En todas las grandes ciudades hay un tema.

¿Y qué idea cree que podría encarnar Buenos Aires?

Tenéis 200 años como país, os liberásteis y dijísteis "basta" de los españoles. Tenéis que volveros a plantear lo mismo en el Bicentenario. Buenos Aires para mí está estancada. Si la comparo con el entorno ha perdido fuerzas por no decidir qué quiere ser. Tiene grandes problemas, una ciudad no puede dejar que se interrumpa continuamente la circulación, por más razón que haya. Tampoco que se privaticen las veredas o las calles.

Además, los proyectos se asocian a la especulación inmobiliaria. La tendencia parece ser una ciudad de clases medias y altas con cinturones de pobreza.

Mira, ustedes deberían tener como referencia a Berlín y Medellín. Berlín porque es la ciudad más creativa de Europa y ha juntado dos ciudades increíblemente. El otro modelo –sé que lo anterior os gusta mucho porque es europeo– es Medellín. Es la ciudad donde había más asesinatos del mundo y hace unos seis años, Sergio Fajardo, el alcalde, se preguntó de dónde salía la miseria, de dónde la violencia, y detectó cinco barrios. La respuesta no fue más policía, no. ¿Sabes qué hizo? En cada uno montó una maravillosa biblioteca, fantásticas escuelas y centros donde la gente aprendiera a montarse negocios. ¿Sabes cuánto invirtió en educación y cultura? El 40% del presupuesto. ¿Sabes cuánto bajó la violencia en cuatro años? Un cuarenta por ciento por año. A lo mejor, Buenos Aires necesita para el Bicentenario ocho grandes bibliotecas en el Conurbano. Pero no bibliotequitas, grandes bibliotecas donde la gente pueda ir a estar, hacer teatro, pintar, leer o hacer cursos. Porque la gente tiene autoestima. Hoy, en esos barrios de Medellín, está orgullosa.

¿Cuál cree que debe ser el papel del Estado respecto a la financiación de museos?

Yo veo un regreso a lo público en la cultura. Desde la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo de los 80, se apostó por el comercio cultural. Esto se acabó, es el fin del espectáculo, al menos con el dinero público. Yo le doy la bienvenida a las crisis porque obligan a replantear cosas. La abundancia es un "viva el espectáculo", el artista más caro, etcétera. Hoy el Guggenheim, como todos los museos del espectáculo, atraviesan una crisis increíble porque no plantean preguntas ni trazan respuestas. Hay una generacción de políticos y gestores culturales que apostaron a "lo más": lo más grande, lo más novedoso, que están para el geriátrico. La isla de los museos de Berlín no tiene nada que ver con este derroche. Los limpian y los iluminan, pero no son centros de diseño-diseñalísimo que cuestan una fortuna. Lo que sí hacen es abrirlos a la noche, que los estudiantes puedan visitarlos todo el día.

¿Les ve futuro a las instituciones públicas que financian y apoyan la producción artística?

No, esto es cosa del pasado, ¿un fondo para que los artistas puedan crear haciendo más de lo mismo? Obama lo dijo, es hora de quitarse el polvo y reconstruir la cultura. A los artistas les ha importado un carajo la crisis económica, las del planeta y las desigualdades sociales. Sólo se hacen fotos en las catástrofes para darse corte, convirtiendo a los derechos humanos en una farsa. Ojo, yo amo a los artistas, pero siento que ahora no plantean los temas que preocupan al mundo de hoy. No importa cómo, que lo hagan en abstracto, en realista, en metafísico, pero que lo hagan.
Fuente: Revista Ñ (Clarín)

Puig Básico
Se licenció en Teología, estudió filosofía y arte, y es especialista en gestión cultural y marketing de servicios socioculturales. Fue el fundador, junto a Pepe Rivas, de la mítica revista cultural Ajoblanco. Ha asesorado en Comunicación al Ayuntamiento de Barcelona y trabajado en temas como juventud y rediseño urbano. Es autor de "La comunicación municipal cómplice con los ciudadanos" y "Se acabó la diversión". Además, acaba de publicar "Marca ciudad", donde cuenta el desarrollo de ciudades como Barcelona, Curitiba, Medellín o Friburgo.