martes, 9 de diciembre de 2008

Shoefiti

Mensaje en zapatillas

Lo que sólo puede decirse tirando ciertas cosas al cielo
Hay quienes desdeñan olímpicamente los avances tecnológicos en materia de comunicaciones. En lugar de valerse de los cada vez más sofisticados aparatos utilizan, simplemente, ¡zapatillas! Tan sencillo como el procedimiento: hay que unir un par por los cordones y arrojarlo sobre cables de teléfono o de electricidad. Sólo de la habilidad del lanzador depende que queden allí colgadas quizá tanto como el tiempo que tarden en pudrirse los cordones. Aunque mucho menos frecuente, existe también la alternativa verde, es decir, las ramas de los árboles, sustitutos de lugares donde no hay cables.
Esta modalidad comunicacional nació en Estados Unidos, en la década del 60, con la denominación deshoefiti , amalgama de calzado, en inglés, y graffiti, y su propósito inicial era la demarcación del territorio de una pandilla o tribu urbana, o el anuncio de que en las inmediaciones se comercializaba droga.

La modalidad, por lo general en grandes racimos, aunque no falta el par solitario, se extendió después por varios países, con mayor presencia en Canadá, Nueva Zelanda. Gran Bretaña, Francia, Suecia, México, Italia, Brasil, Chile y España, donde el récord en Barcelona obligó recientemente a que las autoridades municipales emprendieran una campaña para deszapatillar el cableado de la ciudad. Aquí pueden observarse en varios barrios porteños como La Boca, Flores y Constitución, o en el conurbano bonaerense. A los mensajes originales, que aún subsisten, con el tiempo se incorporaron otros, como la celebración de un noviazgo o nacimiento, el adiós a un líder muerto o encarcelado, la convocatoria para dirimir hegemonías barriales a trompada limpia y hasta el anuncio críptico de que algo va a ocurrir, destinado sólo a quienes están en ciertos temas.

La imagen de las zapatillas colgadas alcanzó tal difusión que no sólo fue reflejada por el cine en varias películas, entre ellas, la celebrada El gran pez , de Tim Burton, sino que también atrajo la atención de los sociólogos que, en algunos casos, se pronunciaron con deducciones inesperadas.

El norteamericano Samuel Walls llegó a considerar al shoefiti como una actitud de las clases marginales que, más allá del propósito perseguido, es decir el mensaje, muestran su rebeldía frente al sistema al rechazar ostensiblemente su máximo símbolo de comunicación: el teléfono celular. Pero Walls va más allá: con un razonamiento muy imaginativo, hace notar que la herramienta que se arroja al aire, el calzado, es lo que pisa el suelo, "componente básico, al fin y al cabo, del conflictivo y común escenario de abajo, que se quiere contrarrestar con lo que está por sobre él".

Otra derivación curiosa del shoefiti es su práctica deportiva, que desde Nueva Zelanda en 2003 pasó a Europa oriental, siendo principalmente sus cultores trabajadores rurales. El desafío se llama umboot, porque lo que se utiliza no son precisamente livianas zapatillas, sino las pesadas botas de goma que calzan usualmente. Pero el campo de juego es el mismo: calles provistas de cables. Hay que atar las botas entre sí. Y tener no sólo puntería, sino también buenos músculos.

Willy G. Bouillon

Fuente: La Nación