martes, 18 de noviembre de 2008

Bush, bajo la mirada de Oliver Stone

Mario Diamint para La Nación

MIAMI.- Con tres películas basadas en presidentes contemporáneos, Oliver Stone se ha convertido en el preeminente cronista de las historias íntimas de la Casa Blanca. Pero a diferencia de JFK Nixon , sus anteriores producciones, W. , la película basada en la caída y ascenso (y probable caída final) de George W. Bush, es la primera en tratar de capturar dramáticamente la carrera de un presidente mientras aún se encuentra en ejercicio. El ejemplo más cercano de este tipo de inmediatez es The Queen , de Stephen Frears, con Helen Mirren en el papel de Isabel II.

Esto habla de la audacia y de los riesgos que asumió Stone. A menos que se trate de una parodia, no es fácil insuflar vida a personajes que uno puede ver por televisión en su versión original apenas deja la sala. La mente humana, como la historia, necesitan de distancia y perspectiva.

Pero para Stone la tentación era demasiado grande. Como lo explicó en una entrevista: "Los Estados Unidos se han definido en los comienzos del siglo XXI como un Estado-cowboy y Bush ha expresado, hiperbólicamente, toda la mentalidad de cowboy que el mundo atribuye a los Estados Unidos".

La película es fascinante en muchos sentidos. Josh Brolin hace una notable recreación de Bush al punto de que, por momentos, uno cree estar viendo al verdadero, y lo mismo puede decirse del resto del elenco, que incluye a Richard Dreyfuss (como Dick Cheney), Elizabeth Banks (Laura Bush), James Cromwell (George H. W. Bush), Scott Glenn (Donald Rumsfeld) y Toby Jones (Karl Rove).

Ascenso hacia el poder

La narración arranca en los años universitarios de George W., cuando no era otra cosa que un chico bien, sólo interesado en el béisbol, la cerveza, el juego y las mujeres y termina con la guerra en Irak, cuando, desconcertado, descubre que Saddam Hussein no tenía armas de destrucción masiva. Entre ambos períodos se teje una historia que recoge su prematuro resentimiento, la infructuosa búsqueda de aprobación paternal, su conversión religiosa y, finalmente, la presidencia.

Al margen de las consideraciones artísticas y el necesario cuestionamiento de la verdad histórica que surge de una película que es, en el mejor de los casos, una recreación, y en el peor, una mera invención, queda la reflexión que W. propone acerca de la naturaleza del poder y las calificaciones de quienes lo ejercen.George W. Bush nunca debió haber sido presidente del país más poderoso del planeta, del cual, en mayor o menor medida, depende el bienestar del resto del mundo. Nunca tuvo las condiciones, ni la preparación, ni el criterio ni la estatura para asumir semejante responsabilidad.

Esto lo supo su padre y lo sabe hoy el 75 por ciento de los norteamericanos que opinan que el país fue llevado en la dirección equivocada. Cuando un periodista le pregunta cuál será su lugar en la historia, Bush responde: "¿La historia? En la historia estaremos todos muertos".

La mayor virtud de Bush, según lo advierte Karl Rove, es que es la clase de persona con la que uno quisiera tomar una cerveza. El concepto se convirtió en un slogan de la campaña y ha sido resucitado una y otra vez, a pesar del decreciente número de personas deseosas de compartir una cerveza con él. Esta noción de que un presidente debe ser elegido a partir del más bajo denominador común, de que no tiene que tener otra aptitud que la de parecerse a la mayoría, puede resultar una aspiración muy democrática pero es una fórmula de desastre, como lo han demostrado estos últimos ocho años.

Pero la fascinación por la simpleza o la ignorancia disfrazada de simpleza es un arma política poderosa. Fue la que convirtió a Sarah Palin en candidata a vicepresidenta y a "Joe el plomero" en una sensación mediática. Y hay algo que conecta a Bush con "Joe el plomero". Ambos se han revelado como un fraude. Bush podía ser el cowboy con quien compartir una cerveza, pero sus políticas no estaban destinadas a beneficiar a la gente común.

"Joe el plomero", exaltado como el arquetipo del norteamericano común, terminó no siendo ni arquetipo ni plomero, sino un racista impenitente, que debe dinero de sus impuestos y practica su profesión sin licencia. La simpleza, está visto, puede a veces resultar bien complicada.